Imposible no evocar, cuando uno recorre las zonas afectadas por la inundación en las ciudades de Poza Rica y Álamo, en Veracruz, a César Vallejo cuando dice aquello de: “hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios: como si ante ellos la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma…”.
No tuvo piedad el río; se lo llevó todo. Entre el barro y el agua ha quedado, convertido en basura, el patrimonio de decenas de miles de personas. Uno pisa sin saberlo, al hundirse en el lodo, juguetes, enseres domésticos, documentos, ropa, fotografías y recuerdos familiares, vidas completas que se llevó la correntada embravecida.
Solo en estas dos zonas urbanas más de 40 mil viviendas quedaron dañadas. El censo del Bienestar reporta casi 60 por ciento de las mismas como pérdida total. En lo alto de la sierra y entre las cañadas por las que serpentean los ríos la situación es también grave. Cerros desgajados impiden aún el paso a muchas comunidades, mientras que barrios enteros de otras resultaron inundados. No tengo memoria de una devastación así; tampoco de una respuesta tan inmediata y masiva por parte del gobierno de la República y de la sociedad en general.
Con fuerza serena, coraje y determinación las y los damnificados enfrentan la tragedia. Con decisión, valentía y entrega se lanzan en su auxilio las y los servidores de la nación, las y los soldados, marinos, guardias nacionales, electricistas, pilotos del puente aéreo, médicas y médicos, enfermeras, trabajadores de la construcción, camineros, miembros de la coordinación nacional de Protección Civil, de la Comisión Nacional del Agua, de otras dependencias de los tres órdenes de gobierno y de empresas solidarias.
Entre el lodo y los escombros caminan brigadas de voluntarios de organizaciones civiles ofreciendo comida, ropa, consuelo. “Desde cero, desde menos de cero más bien, volveremos a levantarnos”, dice un hombre que lo perdió todo a una servidora de la nación que, mientras levanta el censo, apenas logra contener el llanto. Lo mismo sucede a un capitán de navío que, a cargo de 66 mujeres y hombres de la Marina, saca grandes rocas del interior de casas que arrasó la corriente en una comunidad serrana.
“Con la fuerza de la convicción que es similar a la del amor” y porque el ejemplo arrastra con más fuerza aún que la corriente, Claudia Sheinbaum Pardo coordina las tareas desde Palacio Nacional y en el terreno; “cerca, cerca, cerca” de la gente siempre y junto a las mujeres y hombres en quienes confía. Lo cierto es que ante esta tragedia y sin importar el rango que se tenga, el cargo que se ocupa, el uniforme que se vista, la herramienta con la que se trabaja, nadie descansa, nadie se rinde y yo al filmarles pienso en su grandeza, en la grandeza de nuestra gente y en que solo el pueblo puede salvar al pueblo.