Aficionado a la fotografía, el abuelo —yesero de oficio— tenía una cámara de cajón con la que se daba gusto para atrapar el momento Kodak: además de familiares y amigos, sus fotos muestran escenas de vida en el incipiente vecindario: el avance en la construcción de la primera escuela; el conjunto de nietos; la pipa que abastecía agua a los escasos colonos...
Capturó el momento en que su hija contrajo matrimonio en la iglesia de San Agustín, en Polanco. Su yerno, entonces peón de albañilería, participaba en la construcción de la casa de los Fernández (editores), casi enfrente de Homero 592, casi esquina con Arquímedes, en Polanco.
También retrató escenas que a su juicio revestían importancia: bodas, bautizos, primeras comuniones, sus nietos durante el fin de cursos de la escuela primaria, incluso momentos fúnebres.
Andariego, caminaba desde su colonia en Neza
—aledaña al ahora Periférico Oriente— hasta Chimalhuacán o el bosque de San Juan de Aragón e incluso visitaba a sus difuntos o los de su mujer, en el panteón civil de Iztapalapa, o iba en busca de barbacoa a Texcoco.
En una ciudad de construcción —Neza—, chamba nunca le faltó; llegaba con su cajón de madera y su correspondiente “diablo”: un palo en forma de T que utilizaba para mover el agua con yeso hasta que estuviera a punto, y enseguida embarraba paredes. Compartió el oficio con sus dos hijos y con el mayor de sus nietos, quien pese a todo prefirió, en la adolescencia, enrolarse en una banda de asaltantes que asoló panaderías y farmacias hasta que ingresó a La Grande: el Palacio Negro de Lecumberri.
En plena acción laboral el abuelo capturó a sus cuatezones, como los llamaba, con su cámara y luego repartió copias a quien las solicitó, para que tuvieran un recuerdo que compartir en familia.
También se ganó fama de verdugo que impartía justicia entre la chamacada, a petición de las mamás, que lo llamaban “para que meta en cintura a estos vagos sin oficio ni beneficio, que nada más quieren patear la pelota todo el día en el llano”.
Acudía al llamado portando en la diestra la manguera de un metro de largo, que lo hizo famoso y temido; se plantaba frente chamaco infractor y le hablaba fuerte pero respetuosamente:
–¿Así que ya se siente usted muy hombrecito? ¿Así que no le falta valor para ponérsele al brinco a quien lo trajo a este mundo? ¿Así qué es muy bueno para ponerse al tú por tú con las mujeres? Vamos a ver: voltéese y no meta las manos, porque ahí duelen más los manguerazos, y no intente quitarme el arma porque puede irle peor...
Con sombrero de palma estilo tejano y el enorme bigote canoso, su presencia imponía:
—¡Pus qué pasó, Pablito, si somos amigos: yo ni hice nada!
–¿Adió? Entonces quiere decir usted que su madre es una mentirosa ¿Entonces le falta valor para enfrentar sus culpas? Entonces, por no hacer nada de nada: pare las nalgas y aguante, como su madre aguanta, lava, plancha y da de comer y usted todavía se pone al brinco. Y que no meta las manos, porque igual tendrá usted que hacer lo que su madre ordene y siempre sin rezongar. ¿Está todo claro o quiere que se lo explique? Como dice la canción: Ya ve que no es lo mismo amar que ser amado…