Elias Norbert dice en La soledad de los moribundos, que lo que crea problemas en el hombre no es la muerte, sino el saber de la muerte. Y nos enteramos de ella cuando actúa llevándose familiares y amigos, vecinos y conocidos.
No es fácil referirse a la muerte. Menos cuando tiene que ver con alguien cercano a nosotros. Provoca sorpresa, luego convoca a los recuerdos, a la nostalgia, hasta que se instala la resignación y por último el olvido.
Nos percatamos de la vida cuando de ella vamos de salida.
Ese día en que Armando Vegas-Gil decidió morir, uno pentonteaba de madrugada. Y comenzó a difundirse la noticia de la muerte de Armando Vega-Gil, El Cucurrucucú, miembro del grupo de guacarock Botellita de Jerez; cineasta, compositor, humorista, guionista y escritor.
Dicen que fue en la madrugada del 1 de abril de 2019. Desde días antes sonaban fuerte las acciones del movimiento Me Too para “visibilizar y poner fin a la cultura del acoso sexual y la violencia de género”.
En internet se difundió que “El movimiento se originó en Hollywood, pero rápidamente se extendió a otros ámbitos laborales y se convirtió en un movimiento global” y llegó a nuestro país, donde los señalamientos en el mismo sentido surgieron en la cuenta de Twitter “Me Too Músicos Mexicanos”, que Vega Gil compartió en la misma red social, “con un mensaje donde revelaba sus intenciones de suicidarse al ser señalado”.
Armando Vega-Gil, El Cucurrucucú de Botellita de Jerez, fue cineasta, compositor, humorista, guionista y escritor; sonaron fuerte con uno de sus éxitos: “Alarma, alarmala de tos”.
En ese tiempo Uno, yo, radicaba en la Ciudad del Sol, Hermosillo, en el estado de Sonora, cuando el rooomi Aquiles llevó a casa un cassette, sumamente fresco y revoltoso, del grupo de guacarock Botellita de Jerez, integrado por Sergio Arau dándole a la lira y voz; Francisco Barrios El Mastuerzo en la batería y voz y Armando Vega-Gil en el bajo y voz.
El conjunto desparramaba acidez, humor negro y crítica social; desmadroso, relajiento, el grupo se divertía y divertía con las situaciones que abordaban en sus rolas. Tiempo después conocí a Sergio Arau, al Mastuerzo y a Vega Gil, con quién tuve mayor cercanía, tal que ese día trágico me sacudió la noticia: que Armando puso fin a su vida.
Sólo el que carga sabe lo que pesa el bulto, decía mi madre cuando hablábamos de alguien que como él tenía algún problema. Y los machines de México teniamos como obligación, por lo general, guardar silencio y no comunicar el peso del bulto que cargamos porque eso no es más que muestra de debilidad, porque semos muy hombres; semos hombres, no payasos...
Hay que apechugar el problema, y... No se pudo con el paquete y elegimos una solución extrema y nos invade el pasmo, la sorpresa, el “no puede creerlo”, hasta que por fin arriba la resignación e instaura la recuperación.
Y entonces llegó la noticia, y el compa ya fue, desapareció, rumbo al “te acuerdas de”, a combatir el olvido, “ese polvo que cubre todas las cosas”, según determinó algún poeta. Ese polvo que, recordando al difunto, sacudimos para postergar el olvido, que a Vega-Gil no alcanza porque sus creaciones, su obra, lo mantiene en vivo.