Al güero le gusta ir al tianguis. Nada especial qué adquirir. Cuando pequeño, sí: tomaba de la mano a su mamá, la conducía hasta el puesto donde el marchante exhibía diversidad de juguetes de plástico: clones al alcance del bolsillo de los colonos de la periferia urbana: Los Simpson, Guardianes de la Galaxia, el set de autos de Hot Wheels…
–Ya no más juguetes: es vicio, por donde quiera los dejas tirados y el perro los mordisquea: no son baratos y ni los cuidas.
–Si los cuido, mami: te juro que sí los cuido…
Firme, su madre se mantenía firme y era su papá quien intercedía para que finalmente comprara algunos más para su ya vasta colección.
–Tu eres quien lo alcahuetea, por eso a mí no me hace caso y siempre se sale con la suya este condenado escuincle.
–Dale chance, son de segunda mano y además los compra con lo que ahorra de sus domingos.
–Es un encajoso porque tú lo alcahueteas y por eso a mí no me hace caso. Pero ya verás, ahora que no esté tu padre me las pagas.
Ya es adulto el güero. Suspira y mira los carritos. El marchante insiste:
–Levántale, güerito, levántale: hace tiempo que no venías. Levántale, para que completes la colección…
–Si, gracias.
Pero no levanta nada, con la mirada busca el puesto de las quesadillas. No porque tenga hambre, sino porque a su lado se coloca la señora de los pulques. Su afición de veinteañero. Tres quecas para matar el antojo y medio litro de curado de avena para pasar bocado.
–Pásale, güerito, qué te sirvo: este es de apio y aquel, de avena. Ya sabes: la pura vitamina, y es pulquito del chamaquero, directo de los llanos de Apan, Hidalgo. Mira, apruébalo usté: hace ratito todavía estaba en el maguey…
El güerito no se hace del rogar. Siente cómo el blanco líquido resbala por su garganta y le refresca el vientre.
–Pruébalo usté, verás que te quita la calor, güerito, ¿te pongo el litro?
–Póngale, esta sabroso. Hace rato que no la veía, seño.
–Porque no quieres, güerito: aquí me encuentras cada ocho días, llueva o truene.
Tú no me quieres mantener, entonces me tengo que mantener yo, güerito. Pero tómale, que ya caliente el pulquito no sabe bueno. Mientras, te preparó la otra quesadilla. Entrale, que la casa pierde. Agarra una silla y siéntate en el suelo –bromea la doña.
–Ora no vino el don –advierte el güerito.
–Se quedó en la casa el hombre, le dio el torzón por no fajarse y cargar pesado. Le di una sobada con Iodex y lo deje reposar. Así que tú dices, güerito, ora que ando de soltera.
El güerito se sonroja y las marchantas de la verdura sueltan la carcajada:
–Ya lo chiveó todito al muchacho, comadre. Qué tal que le agarra la palabra y mientras aquí le cuidamos el puesto, en lo que van y vienen de echarse un brinco, al fin que el compadre ni es celoso…
–Miren al güerito, ya lo chiveraron todito: hasta las orejas se le pusieron rete bien coloradotas.
–Anímate, güero, que la comadre ya escogió y anda en plan de arrebatar. Y en el rancho bien que tiene sus hectáreas de maguey, pa' que no te falte qué raspar…
Cara y orejas del güerito enrojecen a más no poder. Apura el contenido de la jícara, echa mano al bolsillo y extiende un billete.
–Onde crees, güerito, que yo voy a cobrarte. Es cortesía de la casa.