Los debates entre aspirantes a cargos de elección popular son cosa nueva en México. El primero se efectuó el 12 de mayo de 1994 y en él participaron los candidatos presidenciales Cuauhtémoc Cárdenas por el PRD; Diego Fernández de Cevallos por el PAN; y Ernesto Zedillo por el PRI.
Y es el caso que a 30 años del primer debate, por el lado de la clase política todavía muchos creen que debatir significa enfrentarse en un combate de insultos, deshonras, intrigas, mentiras y engaños. Y por el lado del árbitro, el INE todavía ignora –o hace como que no sabe– qué es un debate y cuáles son sus reglas para hacerlas respetar.
Hay que decirle al INE qué es un debate.
Es, independientemente si es político, académico o de cualquier otro tipo, una de las formas del diálogo “racional” en el que hay preguntas y respuestas con orientación y sentido.
La primera regla del debate, si es auténtico, consiste en que los participantes deben reconocerse como iguales en cuanto a ser personas dotadas de razón y capacidad para argumentar.
En el debate, como cualquier otra forma de diálogo, se defiende por medio de buenas razones puntos de vista sobre algo, para lo cual tiene que haber refutaciones. Por tanto, sin refutaciones no hay debate.
Se refuta para demostrar que el plan de gobierno que un determinado candidato propone es mejor que el del adversario; para destruir los argumentos del contrario o con el propósito de exigir pruebas u ofrecer pruebas, para mostrar que el adversario no se conduce con la verdad.
A propósito, una pifia más del INE es que Mauricio Fernández, aspirante a la alcaldía de San Pedro, se le negó el derecho a refutar una de las acusaciones que le hizo Lorenia Canavati, abanderada del MC.
Finalmente, el que calificará a los candidatos el día de las elecciones con carácter de definitividad es el sufragante. Lo hará de la misma manera como califica a su equipo de futbol. Si es buen aficionado solo aprobará el triunfo de su equipo si hizo un buen juego; y por el contrario, si es mal aficionado, no le importará si para ganar metiendo zancadillas, empujones, o incluso si se compró el árbitro.
