Monterrey es una ciudad que históricamente ha crecido sin ningún tipo de planeación urbana adecuada. La delimitación de áreas con funciones específicas –como las zonas mixtas o de conservación– no se ha respetado, ni siquiera en el primer cuadro de la ciudad. Las calles han sido diseñadas pensando en la movilidad de los vehículos de motor, no en la de las personas.
En muchas zonas de la ciudad es imposible caminar por la banqueta. El crecimiento de árboles de tronco grueso, los talleres mecánicos y los comercios que invaden el paso obligan a los peatones a bajar a la calle, donde deben avanzar entre los autos en movimiento y los que permanecen estacionados, con el riesgo constante de ser atropellados.
La infraestructura urbana –las redes de agua, drenaje, electricidad, gas y telecomunicaciones– dista mucho de la de una ciudad de primer mundo. Basta una amenaza de lluvia para ponernos con el alma en vilo: al caminar bajo la tormenta, muchos sienten el temor real de quedar electrocutados.
¿Y qué decir de la nueva planificación de la movilidad urbana, de las vialidades, el transporte público, las ciclovías y la accesibilidad peatonal? ¡Mejor aquí dejo el tema!
A donde quiero llegar es a que, pese a las deficiencias del desarrollo urbano que hemos heredado y celosamente mantenido, seguimos pensando en grande. La ciudad ya se trepó a las montañas; ya no hay hacia dónde crecer. Ahora el crecimiento tendrá que ser hacia arriba… aunque todavía no aprendamos a caminar bien a ras de suelo.
¿Hacia dónde y hasta dónde crecerá la ciudad? Hacia arriba y hasta donde alcance a verse a Dios. El crecimiento económico sigue siendo individual, no colectivo, y mientras los intereses privados primen sobre el bienestar urbano, la ciudad seguirá expandiéndose sin atender a quienes realmente la habitan.
La ciudad no son los edificios, sino quienes la habitan. La Torre Rise, que se presume “de todos” porque todos la podrán mirar y presumir, se alza 475 metros con 99 niveles, 94 pisos habitables y amplias amenidades, mientras la vida urbana cotidiana sigue ignorada. Urge abrir el debate sobre la Torre Rise.