Los hechos ocurridos la noche del domingo 14 de mayo en el municipio de Atotonilco de Tula son abominables y no deben quedar impunes.
La maldad se ha apoderado del hombre en la sociedad, que ni un partido de futbol pueden los habitantes de una localidad en cualquier parte del país sin poner en riesgo sus vidas. Hoy fue Atotonilco de Tula, mañana puede ser cualquier sitio en donde transitamos o alguna plaza a la que visitemos o tan solo por salir a trabajar, quizá no volvamos con vida.
No solo es ruptura del tejido social, son hechos que lastiman por las víctimas inocentes, menores de edad, infantes que nada tienen que ver con rencillas de drogas o pandillas, ni mucho menos con crimen organizado. ¿Qué se tiene por cerebro cuando en lugar de raciocinio hay ambición y odio?
Las autoridades ya investigan lo ocurrido en Paseos de la Pradera, un fraccionamiento de grandes dimensiones creado al menos hace una década para la base trabajadora proveniente de la Ciudad de México y el Estado de México, que vive de las zonas industriales entre los municipios de Atotonilco de Tula y Huehuetoca, en la franja más insegura de los últimos años en el centro del país, la de la región de Tula y Tepeji del Río.
Ni cien o mil operativos podrán devolver la calma a la zona, ni mucho menos reponer la vida, y de ahora en adelante habrá que poner atención en la respuesta que generalmente precede a la violencia, que por lo general, es más violencia.
La sociedad hidalguense debería estar consternada hasta el tuétano, y las autoridades tendrían que haber ingresado para brindar todo el apoyo a las familias que están devastadas; tal parece que no hay reacción por ninguna parte y la omisión también es parte del letargo que nos tiene en la eterna desesperación de buscar una mejor calidad de vida que nunca va a llegar.
