“Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante”
-Mafalda
A la tía Doris
No se puede entender cómo el mundo sigue cuando alguien tan grande lo ha dejado... qué ganas de que se detenga, aunque sea solo un minuto, pero sigue... y los que nos quedamos, seguimos también.
Así se vienen los días, uno tras otro sin tregua, y llegan las tareas pendientes, los mensajes sin responder, las llamadas perdidas y las mil peticiones del trabajo. Porque el tiempo no sabe de pérdidas ni dolor, no espera a que sane la herida o que se terminen las lágrimas, simplemente avanza sin pedir permiso ni perdón por no parar un momento para un corazón roto.
Pasan las hojas del calendario, y al frío lo acompaña la nostalgia, esa que nos visita de vez en cuando, pero que se hospeda una temporada más larga en diciembre. En estas fechas de tradiciones y retratos familiares, en los que de un año a otro ya nos falta uno más.
La ausencia pesa más en la silla vacía en la cena de Navidad, en el regalo que ya no está bajo las luces del árbol y el calor de ese abrazo que todavía se puede sentir al cerrar los ojos, pero que al abrirlos, descubres que todo ha seguido su rumbo.
Al tiempo no le importa si necesitas aunque sea un minuto para asimilar la partida. Tras una noche de llanto, nos obliga a levantarnos por la mañana y meternos en la rueda de la rutina diaria, una actividad tras otra en piloto automático, luchando contra el nudo en la garganta mientras sonreímos y tomamos café para agarrar fuerza y continuar la jornada.
No es un maestro complaciente, nos empuja a aprender a vivir con un hueco en el pecho y encontrar consuelo en la paz de quien se fue de este mundo imparable, pero que deja una parte en nosotros, y esa no se va, por más que pase el tiempo.
