Fue noticia engañosa, cargada de patrioterismo bananero propio de la nefasta transformación de cuarta:
Hace pocos días el lenguaraz de Palacio acusaba a Iberdrola de ser altanera, corrupta y saqueadora de la riqueza nacional “como si México fuera tierra de conquista”. Tartufo se comprometió a fincarle responsabilidades, y dijo textualmente: “¡Que Iberdrola se vaya al carajo!”
Pues, milagrosamente todo cambió la semana pasada: de los insultos se pasó a un tierno arrebato de amor.
1) Iberdrola no se irá al carajo, seguirá en México;
2) El gobierno entregará a Iberdrola 111,000 millones de pesos a cambio del 80% de sus activos invertidos aquí, en su mayoría obsoletos y contaminantes.
Por ello, 13 plantas de electricidad las comprará, según “el acuerdo”, un fideicomiso privado gestionado por Mexico Infrastructure Partners y las operará la CFE. Ya se sabrá el costo final de tal decisión si esos fierros con poca vida útil los opera la CFE, experta en perder y contaminar.
A la odiada Iberdrola le caerán del cielo mexicano 111,000 millones de pesos para invertirlos en los países donde quiera, pero en energías limpias y renovables como se lo exigen la razón, las ganancias, la ecología y otros gobiernos.
No se sabe cómo, dónde y a qué costo se va a financiar la operación, pero considerar a “la compra” de unos activos de Iberdrola como “una nacionalización de la industria eléctrica nacional” es un embuste idiota.
Una vez más el gobierno oculta la verdad. Así como ahora el capellán de Palacio (el padre Solalinde) anuncia la desaparición del Instituto Nacional de Migración (para facilitar la huída del comisionado Francisco Garduño y el olvido de los 40 calcinados y los muchos lesionados en Cd. Juárez) el gobierno soslaya lo verdaderamente grave en materia de electricidad: la carencia de una red de distribución nacional capaz de surtir a las empresas su demanda energética, lo cual frena criminalmente las inversiones, la productividad, los ingresos fiscales y las fuentes de empleo.
Repito: el mayor problema no es una falta de energía sino la incapacidad de la CFE para entregarla a las empresas. El gobierno calla pero obstruye la solución, en agravio principalmente de los más pobres, sustentado en un trasnochado y falso “nacionalismo”.
La soberanía nacional ganaría mucho si el gobierno se apoyara realmente en el capital privado para la construcción rápida de una moderna red de distribución (propiedad de la CFE y operada por ésta) para impulsar el desarrollo de México.
Mas si Tartufo, en vez de “castigar” a Iberdrola con tan pingüe negocio, invirtiera esa millonada en parques eólicos y fotovoltaicos, aumentaría las energías limpias y renovables, y todos le aplaudiríamos; pero su deshonestidad soberana lo llevó nuevamente a la mentira, el despilfarro y la vanagloria.