La tragedia ocurrida el 7 de octubre pasado en Medio Oriente no fue producto de una guerra entre dos pueblos, naciones o gobiernos, sino de la carnicería humana perpetrada por una organización terrorista en contra de la población civil de Israel. Hamás no es un pueblo ni una nación ni un gobierno, sino la fuerza bruta dominante en Gaza, nacida para imponer en el mundo, a sangre y fuego, la religión del Islam. Quien no profese ese culto, según ellos, ofende a Dios y debe ser exterminado. Hamás no es una manada de bestias, porque las bestias no son crueles, y ella es cruel con saña vesánica.
Por eso, debe considerarse al pueblo judío como víctima (nuevamente) de un holocausto, porque holocausto significa una gran matanza de personas con el propósito de exterminar a un grupo social por motivos étnicos, religiosos o políticos; y ese fue el caso.
Por eso, es nauseabunda y cobarde la respuesta de El Impostor, quien como Jefe del Estado Mexicano solo vomitó su conocida perogrullada: “nosotros optamos por la paz”, y negó solidaridad alguna de su gobierno al pueblo israelita, arguyendo los principios constitucionales de No Intervención en asuntos de otros Estados, la autodeterminación de los pueblos y la solución pacífica de los conflictos. Poco le faltó para recomendar a los agredidos su idiota y escurridiza cantaleta de “abrazos no balazos”. Por cierto, esos principios invocados por el susodicho Impostor los atropella descaradamente cuando se trata de apoyar a dictaduras siniestras.
Lo sucedido el sábado antepasado en Israel no es un asunto interno de ese Estado, ni se refiere a su autodeterminación, fue el ataque alevoso de un grupo de fanáticos endemoniados que cebó su locura contra una población indefensa.
Tan prioritario es rescatar con vida a los rehenes (entre ellos dos mexicanos) como parar la masacre de inocentes en esa región. La ONU y los gobiernos del mundo deben condenar la agresión y coadyuvar al arreglo pacífico de los añejos conflictos territoriales, sociales y religiosos entre Israel y Palestina, agravados por los atropellos del nefasto gobierno israelita de Netanyahu, anexionista y de extrema derecha, en agravio de los palestinos.
Esa escalada siniestra está destrozando millones de vidas inocentes y puede ser el preludio de la tercera conflagración mundial. El repudio a los actos terroristas y a las masacres (sea cual fuere su autor, motivo o lugar) es exigencia ética para todo ser humano y para todos los gobiernos de la Tierra. Por cierto, al de aquí le pregunto: ¿qué es, cuándo y dónde debe aplicarse su pregonado “humanismo mexicano”? pues nadie lo conoce.
Crear o consentir actos de barbarie es propio de enfermos mentales; luchar por la paz es el gran desafío de la humanidad, y los mexicanos tampoco debemos olvidar al México ensangrentado.