Cumplo 30 años este mes. Pensé, para conmemorar, escribir un texto acerca de crecer, tener hijos y la educación que imponemos sobre ellos y hacer un análisis sobre mi experiencia, y cómo, en retrospectiva, la deconstrucción sí funciona. Fracasé.
En lugar de eso, prefiero escribir sobre ciertos cánones a los que nos han hecho adscribirnos, o al menos lo han intentado. Yo aquí lo englobo, en mi experiencia, en el gusto por Led Zeppelin.
Antes de seguir, quiero aclarar que no voy a escribir sobre el canon literario o artístico, ese que es necesario para entender una obra y su intertextualidad, dónde está parada dentro del universo de la literatura y cómo se relaciona con otras obra. Aquí no encontrarán referencias —al menos directas— a Harold Bloom ni a Jakobson.
Aquí voy. Recuerdo la primera vez que me atreví a decir que no me gustaba la banda británica, lo primero que me dijeron fue: ¿estás pendejo? Durante la adolescencia es normal —supongo— mentir para encajar en algún sitio, para poder ser aceptado; conforme van pasando los años el carácter se va haciendo más fuerte en algunos, y eso me lleva a este punto.
Nunca he entendido del todo por qué a todos nos debe gustar la misma música, leer los mismos libros, aceptar a los mismos políticos. Yo no me veo comprando un boleto para ver a una banda como los Rolling Stones, cuyo valor radica en repetir sus mismos éxitos hasta el aburrimiento, o irme a acampar para poder tener un lugar para ver a un ex Beatle —banda que, por cierto, me parece que musicalmente no es nada relevante—.
Con esto no digo que Led Zeppelin no sea una gran banda o que no tuvo una influencia mayúscula en el plano musical, de ninguna manera, sin embargo yo no soporto un disco completo y no soy un neófito en la música o un ignorante.
El gusto por el rock ha llevado a que muchos se crean superiores a otros. Ahora resulta que los amantes y los únicos con capacidad para acceder a este tipo de música son los cultos, los que la lectura ha engrandecido y se sienten tocados por alguna divinidad. Un canon, a manera de ley —creado por los amantes de romper las reglas—, convirtió en presos de su propio ego a los músicos y escuchas del rock.
Cuando estudiaba Letras Hispánicas me quejaba de las imposiciones que teníamos en leer a tal escritor o estudiar de determinada manera, supuse que era por la institución; luego, en la vida real descubrí que la institución sigue, perece ser que no hay manera de librarse de ella mas que diciendo: no quiero/no me gusta.
Se podría pensar que al crecer cambian las cosas, que uno tiene la capacidad de decir qué quiere escuchar —tan simple—, pero no, hay quien por encajar en determinados círculos son capaces de mentir.
Cuando lea esto tal vez yo ya tenga 30, y tengo muchos «¿cómo no te puede gustar?» en la espalda, pero a medida que los días pasan confirmo más mi gusto por la música que prefiero, por la comida, por ciertas lecturas. Antes me preocupaba por hacer click con ciertas personas, ahora, en pocas palabras: me vale madres. Feliz cumpleaños a mí.
cruz.amador@milenio.com
No me gusta Led Zeppelin,¡y qué?
- Hacha y machete
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Cruz Amador
León /