Mañana viernes se cumple un año de la invasión de Ucrania ordenada por el presidente Putin. Se pensaba, entonces, que la invasión sería rápida y exitosa, como lo fue la anexión en 2014 de Crimea. ¿Dónde pararía Putin? ¿Permanecería en el Donbas? ¿Tomaría Kiev? ¿Avanzaría hacia Odesa? ¿Hacia Lvov? Al mes de la invasión, el ejército ruso controlaba ya alrededor de 160 mil kilómetros cuadrados del territorio de Ucrania. El equivalente a 25 por ciento del país. Pero la resistencia de los ucranianos detuvo a Putin. Y ahora la pregunta, para muchos, no es dónde va a parar, sino cómo puede ser derrotado. Qué significa, sin embargo, para un poder nuclear, ser derrotado.
El presidente Joe Biden hizo a principios de la semana una visita no anunciada a Kiev. El riesgo de una visita así transmite con fuerza la importancia del apoyo que Washington está dispuesto a dar a Ucrania. Está en juego la influencia en el mundo de Occidente. Ella depende en gran parte del resultado de la guerra. Por eso ha hecho promesas de tanques, incluso de aviones de combate. Al mismo tiempo, aliados de Estados Unidos han presionado a Ucrania para llegar a un acuerdo con Rusia; legisladores republicanos han criticado el apoyo sin condiciones al país; expertos, como Kissinger, han expresado dudas sobre la legitimidad de la intervención de la OTAN. Hay indicaciones de que China considera con seriedad apoyar con armas a Rusia. Ello detonaría una ruptura en el mundo.
Occidente no quiere abandonar a Ucrania, pero tampoco tiene claro cómo quiere derrotar a Rusia. ¿Qué significa ganar en esta guerra? Para Ucrania, la reconquista de Crimea indicaría la derrota más absoluta de la agresión de Rusia. Pero sería terrible que tuviera en esta empresa el apoyo de Washington, enfrentado ya cada vez más directamente con Moscú, como lo muestra la visita de Biden.
Crimea ha sido parte de Rusia desde 1783, cuando Catalina la Grande le arrebató al Imperio Otomano esa península en el Mar Negro (en 1954, un decreto de la Unión Soviética firmado por Nikita Kruschev, la transfirió a Ucrania, cuando esa república era parte de la URSS). El peso moral de Crimea es enorme en la historia de Rusia. Todos ahí tienen presente la memoria de la defensa de Sebastopol contra franceses, británicos y turcos en 1854-1855, y contra alemanes y rumanos en 1941-1942. El Ejército Rojo perdió más hombres en Crimea que todos los que perdió, en todos los frentes, el Ejército Americano durante la Segunda Guerra. Crimea tiene una población en la que los rusos étnicos son mayoría. En enero de 1991, 94 por ciento votó por ser un estado independiente, al lado de Rusia y Ucrania; en diciembre de 1991, apenas 54 por ciento aceptó ser parte de Ucrania, a condición de conservar su autonomía (que Kiev abolió unilateralmente en 1996). En 2014, tras la anexión a Rusia, varias encuestas indicaban que ella tenía el apoyo de la mayoría de los habitantes de Crimea. No es fácil saber qué pasa ahora, pero la decisión de Kiev de prohibir la lengua rusa no debe haber aumentado la simpatía de la población hacia Ucrania. Por todo esto, no hay ninguna razón para dudar que Rusia está dispuesta a asumir enormes riesgos, para ella y para la humanidad, para conservar a Crimea.
Investigador de la UNAM (Cialc)
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