La pobreza en América Latina crecerá cerca de un punto hasta abarcar el 33 por ciento de la población este año, a causa de la guerra en Ucrania, anunció este lunes la Cepal. Ucrania es uno de los productores más importantes de trigo, maíz y cebada en el mundo. La guerra, por eso, amenaza con provocar hambrunas –en Latinoamérica, en efecto, aunque sobre todo en África–. La guerra también es el origen del estallido de los precios del petróleo, lo cual ha encarecido la vida de todos los países, muchos de los cuales sufren tasas de inflación que desde hace décadas no habían sido registradas. Y por supuesto, y en primer lugar, la guerra también causa destrucción y dolor en Ucrania, y amenaza con desestabilizar al mundo. Por eso la ansiedad, el deseo de vislumbrar qué va a pasar en Ucrania.
Los países de Occidente han empezado a dividirse en dos campos, explica The Economist. Unos forman el partido de la paz, que quiere detener la guerra y comenzar las negociaciones lo más pronto posible; otros sostienen el partido de la justicia, que desea hacer pagar caro a Rusia su agresión en Ucrania. Alemania e Italia (los que más dependen del gas ruso) han insistido en la necesidad de un cese al fuego inmediato, y Francia, en voz de su presidente, ha subrayado que Rusia, a pesar de haber cometido un error “histórico y fundamental”, no debe ser “humillada”. Ellos forman el partido de la paz. Por el contrario, Polonia, junto con Lituania, Letonia y Estonia, apoyados por Gran Bretaña, constituyen el partido de la justicia. “Es mucho más peligroso ceder ante Putin que provocarlo”, dice Kaja Kallas, primer ministro de Estonia. El partido de la paz considera que, entre más dure la guerra, más grande será el costo humano y económico que tendrá que pagar Ucrania y el resto del mundo; el partido de la justicia responde que hay que esperar, porque las sanciones apenas comienzan a debilitar a Rusia. Entre estos polos oscila Estados Unidos, el principal aliado de Ucrania. Su secretario de la Defensa anunció durante su visita a Kiev su intención de “debilitar” a Rusia, de ayudar a la “victoria” de Ucrania. Pero voces influyentes abogan por la mesura. The Economist recuerda la posición del New York Times, que juzga peligroso hablar de una derrota de Rusia, y cita a Henry Kissinger, diciendo que las negociaciones debían comenzar ya y que Rusia tenía un papel importante que desempeñar en el equilibrio de poder en Europa, por lo que no debía ser orillado a “una alianza permanente” con China.
El partido de la justicia está detrás de la decisión de Estados Unidos y Gran Bretaña de mandar a Ucrania misiles que pueden en principio llegar al interior de Rusia. La decisión fue ya respondida por el presidente Putin, quien amenazó, si eso sucede, con atacar lugares que hasta ahora no han sido golpeados por el ejército ruso. Uno de ellos puede ser Lvov, al extremo occidental de Ucrania, una de las ciudades más bellas de Europa, capital de la provincia de Galitzia, que históricamente fue siempre parte de Polonia, después del Imperio austriaco tras el desmembramiento de Polonia, luego finalmente de la Unión Soviética a raíz del pacto Ribbentrop-Molotov de 1939. Un ataque a Lvov sería percibido por los europeos como un ataque a Europa.
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