Todo podría haber sido más sencillo, pero no vivimos en esos tiempos.
Las consecuencias de un acto cometido hace décadas y revelado hasta ahora podrían haber durado apenas unos días. La ministra Esquivel pudo haber renunciado o pedido una licencia temporal mientras el asunto se resolvía en las instancias correspondientes, hacer un acto de contrición, denunciar a quien le había ayudado a titularse con una tesis vendida varias veces y ya estaba. Es más, en un país donde nadie renuncia pase lo que pase, hasta algunos aplausos se pudo haber llevado. La explicación de los muchos que han hecho eso al final de sus estudios profesionales, y lo que tendría que hacer para que deje de suceder, podría haber ganado la discusión pública.
Pero no.
La ministra y, supongo, sus aliados decidieron aguantar. Conocedores que como en tantas otras cosas de la vida pública mexicana los asuntos como ese tienden a permanecer en el tiempo sin resolverse, a irse de la discusión pública y que la vida siga así, más allá de ilegalidades. La normalización de tantas cosas que no deberían ser normales es una marca de nuestra vida pública.
Porque la decisión de la ministra y sus aliados —aquí incluyo el presidente López Obrador—, como toda decisión de quien tienen poder, tiene consecuencias mucho mayores.
El yasminazo, es decir, la decisión de la ministra de no aceptar alguna responsabilidad, ya ha golpeado a dos instituciones que por mucho son pilares del país. Primero, por supuesto, la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
No quiero, no puedo imaginar el ambiente al interior de la SCJN. Las sospechas, la suspicacia, la complicación de tener de par, de compañera a quien está en las planas de los periódicos todos los días, acusada de haber llegado ahí por una trampa original que ahora desconoce. La propia ministra debe verlos a todos o a varios con recelo, de alguno o alguna sospechará de haber dado a conocer el asunto.
El más alto órgano de uno de los tres poderes públicos mexicanos en conflicto y manchado.
Después, la UNAM.
Ahora sabemos que no hay procedimiento alguno para enfrentar lo revelado. Los ataques en su contra desde el púlpito de la mañanera, la lentitud de la burocracia interna para resolver algo, lo que sea.
Sigo pensando que lo más posible es que no pase nada, que el asunto se quede ahí, que las cosas se vayan pudriendo. Así pasa en el país: la normalización de lo que no debería ser normal. No veo por qué el yasminazo sería diferente.
@puigcarlos