Hace cuatro años, cuando el país le dio al presidente López Obrador un mandato amplísimo para conducir al país a una transformación por él anunciada durante muchos años y prometida una y otra vez en su última campaña, dudo que alguien hubiera imaginado que cuatro años después la institución que estaría por múltiples razones en las primeras planas y en las discusiones públicas fuera el Ejército mexicano.
Nunca es bueno cuando las fuerzas armadas se vuelven protagonistas. Es cierto que de alguna manera todo empezó en 2006, cuando el presidente Calderón los sacó a la calle a hacer labores de seguridad pública y que ahí los mantuvo y hasta expandió sus labores el gobierno de Enrique Peña Nieto.
Pero también es cierto que ha sido el presidente López Obrador quien comenzó a poner al Ejército en el centro de múltiples actividades de la administración pública con la obvia exposición mediática de la que el Ejército tradicionalmente ha huido y que lo mete en discusiones políticas a las que no está acostumbrado. El Tren Maya y la reciente discusión sobre la Guardia Nacional y la extensión de la presencia de las fuerzas armadas son ejemplos de esto. El secretario de la Defensa se ha subido a la discusión pública, es parte habitual de las mañaneras, puede que sea el miembro del gabinete que más se ve cerca del presidente López Obrador en apariciones públicas. A nada de esto estábamos acostumbrados en el México contemporáneo.
Este nuevo papel público es consecuencia directa de decisiones presidenciales. Las últimas semanas, sin embargo, el Ejército está en la conversación pública por otras razones que son mucho más complicadas.
La más grave es la conclusión de la Comisión de la Verdad del caso Ayotzinapa y la actuación de la unidad especial para el caso dentro de la fiscalía. Pocas dudas hay ahí hoy en día, gracias al trabajo de ambos, de que el Ejército desplegado en Guerrero tuvo un papel protagónico en lo sucedido aquel 26 de septiembre, papel que se había ocultado. En Palacio Nacional y el secretario de Gobernación han insistido que eso revela tan solo algunas manzanas podridas pero, curiosamente, el Ejército ha respondido institucionalmente defendiendo como institución a las “manzanas” acusadas.
Por si esta acumulación de asuntos, ahora tenemos el hackeo que en los próximos días, tal vez semanas, seguirá mostrando las entrañas de la institución de la que menos sabemos en el país. Y el Ejército seguirá en el centro de la discusión pública. Y eso, insisto, no augura nada bueno.
Carlos Puig