Nadie imaginó que cuando el poblano Miguel Barbosa, jefe de la bancada del PRD en el Senado, expresó públicamente su apoyo a Andrés Manuel López Obrador rumbo al 2018, sin renunciar a su militancia perredista, este partido entrara en una debacle de proporciones épicas, que ya desembocó en la salida en bloque de doce de los dieciocho senadores del PRD para sumarse a Morena.
Pero el desastre del PRD no se produjo a raíz de este zipizape, en realidad comenzó a gestarse en 2012, tras la salida de figuras centrales como Andrés Manuel López Obrador y dos años más tarde Cuauhtémoc Cárdenas, su fundador. A ello siguieron Martí Batres, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Alejandro Encinas, Zoé Robledo y Armando Ríos Piter, entre otros.
El principal motivo se encuentra en la línea marcada por los Chuchos, que llevaron al PRD a abandonar su papel de verdadera oposición de izquierda y a anteponer las luchas intestinas por espacios políticos y prebendas económicas, a las causas de la gente y la construcción de una real fuerza política. Esta posición dizque moderada, alentada desde Bucareli, les terminó cobrando factura.
Y lejos de actuar en consecuencia, sus líderes siguen la táctica del avestruz y sólo atinan a decir que se trata de un reacomodo de fuerzas, cuando en realidad están sufriendo una desbandada imparable. El PRD se desangra y sólo quieren ponerle unos curitas. El deterioro es irreversible y así se reflejará en el Estado de México, donde ni siquiera podrá superar el eterno fracaso electoral de Josefina Vázquez Mota, noqueada antes de empezar la contienda.
Otros, con una visión minúscula, ven en los últimos acontecimientos una especie de rencillas personales y simples actos de traición, sin entender que se trata de una respuesta estratégica ante la cerrazón de Mancera y las tribus perredistas a platicar sobre una eventual alianza con Morena que garantizará el triunfo de la izquierda mexicana en el proceso electoral de 2018.
En su pose de aventureras, queriendo vender caro su amor, hoy ven con desazón y amargura que la fuga de militantes hacia Morena ha vaciado al PRD y debilitado a sus detentadores, por lo que ahora carecen de fuerza para negociar siquiera la jefatura de Gobierno en la Ciudad de México y conservar el registro.
Y todo porque quienes se apoderaron de este partido en 2012 y pactaron con el gobierno entreguista de Peña Nieto, abandonaron su esencia sin pudores ni tapujos. Ellos y ellas son los verdaderos traidores del PRD, no los senadores que se atrevieron a renunciar a una entelequia sin futuro y adherirse a un proyecto como el de López Obrador, con el que cualquier persona verdaderamente progresista y de izquierda se puede identificar fácilmente. Al final veremos quién gana. Lo digo sin acritud, ¡pero lo digo!
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