
Con Trump, no estamos frente a un giro en la política económica de Estados Unidos hacia el proteccionismo, el mercantilismo o como sea que queramos llamarle. Su uso de los aranceles no es parte de una nueva estrategia económica y comercial general y, desde luego, tampoco está configurando un nuevo orden económico internacional. Lo que está haciendo es dinamitar lo existente e instalar para todos los que se dejan, o no pueden evitarlo, miedo, incertidumbre y caos.
Más que a un jefe de Estado y gobierno impulsando una estrategia económica distinta a la del libre comercio, lo que veo es una especie de infante, rabioso y gozoso a la vez, blandiendo sus juguetes letales porque puede y porque hacerlo le permite doblegar a los que resiente como estafadores recurrentes y conseguir cualquier otra cosa que se le vaya ocurriendo. Todo ello a fin de intentar calmar su sed narcisista e inagotable de respeto y reconocimiento. Su necesidad insaciable de ser visto, admirado y temido como él más y mejor macho de la cuadra.
La gran pregunta, desde luego, es qué hacer frente a un sujeto así. ¿Cómo enfrentarlo sin morir en el intento? O, mejor aún, ¿cómo intentar sacarle algún provecho?
Importa reconocer que la capacidad de respuesta depende, en primerísimo término, del poder relativo vis a vis Estados Unidos del país del que se trate. Si, como en el caso de China, la reducción o interrupción del comercio bilateral de ciertos productos implica un costo muy alto para Estados Unidos, la capacidad de presión de Trump disminuye, y China conserva márgenes importantes de acción y respuesta.
Desafortunadamente, México está en una posición muy distinta a la de China. Es cierto que nuestro comercio con el país del norte resulta vital para ciertas regiones, sectores y empresas estadunidenses. En el agregado, sin embargo, nuestra dependencia extrema del acceso abierto y previsible al mercado estadunidense le ofrece a Trump condiciones inmejorables para emplear los aranceles para conseguir de México casi cualquier cosa que le parezca útil. Ello nos deja a nosotros en una posición tremendamente vulnerable.
Si a lo anterior agregamos otra serie de vulnerabilidades mexicanas, en particular, la amplia presencia del crimen organizado en el país y sus complejas intersecciones y complicidades con la clase política en el contexto de la guerra reforzada de Trump contra el tráfico de drogas en general y del fentanilo en particular, queda claro por qué el gobierno de México vive hoy una situación atípicamente espinosa en sus relaciones con Washington.
La presidenta Sheinbaum no cuenta, objetivamente, con mucho margen de maniobra. Dada la brutal disparidad de poder, a su gobierno no le ha quedado más que ceder en la práctica en todo o casi todo e intentar salvar cara con un discurso soberanista que enfatiza, una y otra vez, “si a la cooperación, no a la subordinación”. Ha ayudado mucho a no romper la cuerda, hasta ahora, la prudencia de Sheinbaum y su capacidad para no engancharse con los desplantes y amenazas persistentes de Trump. No queda claro, sin embargo, que la estrategia de ceder y seguir cediendo con harta serenidad, compostura y paciencia resulte sostenible frente a un personaje para quien ninguna concesión es suficiente.
En lo económico, la estrategia de largo plazo es más o menos clara: hacer de la demanda interna el motor de un crecimiento económico más dinámico y socialmente incluyente; sustituir importaciones de forma inteligente, cuidando de minimizar rentismo y costos para los consumidores nacionales, y diversificar nuestros intercambios comerciales internacionales. En mucho, el Plan México va en ese sentido. Pero, conseguir todo eso no será para nada fácil y tomará tiempo.
En lo inmediato quedan muy pocas opciones para limitar el daño e intentar sacarle algún provecho a los arrebatos de Trump. La más evidente es forjar alianzas con los estados y agentes económicos estadunidenses más afectados para que sean estos los que presionen y contengan domésticamente a Trump. Además de esa, solo se me ocurren cuatro. Como han señalado muchos analistas, en primer lugar, establecer o fortalecer los contactos y canales de comunicación personal con el presidente de Estados Unidos y su círculo cercano. Segundo, usar las presiones de Trump para fortalecer el diálogo y la acción concertada entre el gobierno y la iniciativa privada nacional y extranjera en torno al Plan México. Tercero, hacer de esas mismas presiones un instrumento para consolidar el mando de la presidenta Sheinbaum sobre personajes y grupos dentro de su coalición y de su partido renuentes a reconocerla como autoridad máxima. Y, cuarto, empezar o redoblar esfuerzos y acciones estratégicas de acercamiento con posibles países aliados, entre otros, China misma.
Nada de esto que planteo está exento de dificultades, riesgos y costos. Dado que continuar solamente cediendo y reaccionando frente a un presidente de Estados Unidos que tiene la sartén por el mango y cuya sed de concesiones es infinita no parece viable, urge imaginar maneras más proactivas y arrojadas de lidiar con los retos a los que nos enfrenta tener a un sujeto como Trump en la Casa Blanca.