
Luis M. Morales
Ese Cristo…/ Este infierno de sal en que no creo/ este infierno de fuego tan candente/ este infierno de hielo incandescente/ este infierno sin cielo que no veo
Pita Amor
Contra lo que tranquiliza a las “buenas conciencias”, en México no hace falta portarte “mal”, vestirte “provocadoramente” o conducirte de forma “incorrecta” para que te acosen y te amenacen cotidianamente lobos impunes, vestidos de maridos, ex parejas, padres, jefes, compañeros de trabajo, vecinos. En nuestro país, para ser lastimada, violada, insultada o victimada, basta con ser mujer, con eso basta.
No importa si eres flaca o gorda, bonita o fea, pobre o rica, anónima o reconocida. Entre nosotros, el hecho simple y llano de ser mujer es condición suficiente para hacerte presa fácil, presa inerme, presa siempre al alcance de cualquier hombre que pueda y quiera lastimarte.
La semana pasada se dieron a conocer los resultados de la 5ª edición de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh 2021) del Inegi. Esta encuesta ofrece información estadística sobre la violencia contra las mujeres de 15 años y más en México. Reporta datos de esa violencia por tipo (psicológica, física, sexual, económica o patrimonial) y por ámbito de ocurrencia (escolar, laboral, comunitario, familiar y de pareja).
Entre sus principales resultados destacan los siguientes. Entre 2016 y 2021, el total de distintas formas de violencia experimentadas por las mujeres en México a lo largo de su vida creció de 66.1 a 71.1%. En ese periodo, el aumento más pronunciado por tipo se dio en violencia sexual, cuyo nivel pasó de 41.3 a 49.7%. En lo que hace a la violencia por ámbito de ocurrencia, también a lo largo de la vida, los dos espacios sociales en los que esta creció más entre 2016 y 2021 fueron la escuela (25.3 a 32.3%) y la comunidad (38.7 a 45.6%).
El aumento en los, de por sí, muy altos niveles de violencia contra las mujeres no han levantado revuelo alguno. Igual que ocurre con la violencia misma: gritos en el desierto, aullidos rodeados de puros oídos sordos. Será que hay tantas otras noticias. Será que ya nos acostumbramos a la sangre corriendo por las calles y al ácido destrozando las caras de las mujeres mexicanas.
Frente a la conspiración del silencio, tenemos que seguir insistiendo. Estos números hablan de realidades infernales que no son normales ni naturales. Nos dan noticia precisa de lo vulnerables que somos todas las mujeres en estas tierras. Detrás de cada una de estas cifras está el miedo concreto de mujeres concretas; el terror inenarrable de las miles y miles de mujeres muertas a manos de hombres a quienes alguna vez amaron; el horror, el dolor, la impotencia de legiones de mujeres mexicanas padeciendo en solitario la violencia física, la burla y el insulto, la falta de voz, el desprecio cotidiano convertido en parte del paisaje.
Por lo visto y en tanto sigamos siendo cómplices silenciosas, la violencia contra nosotras es sólo un problema nuestro. Tenemos que dejar de usar la anestesia, la costumbre inveterada de culpar a la víctima y la apatía como formas de “protegernos”. Esas defensas no sirven. Calman un poco los nervios, pero evidentemente no resuelven el problema. Ahí están los números y el miedo que traemos todas remetido adentro de los huesos. Por más que callemos y miremos hacia otra parte, la violencia contra nosotras no amaina. Todas estamos expuestas. Nuestra vulnerabilidad es compartida. Todas la padecemos —¿o no?— de alguna o mil formas.
Por cada una y por todas, por todas las presentes y las ausentes, tenemos que dar la batalla. Seguirle demandando al poder seguridad y justicia, sin duda. Pero, sobre todo, tenemos que juntarnos, dejar de pelear entre nosotras y hacernos fuertes juntas. Contra ese poder que nos lacera y que no reconoce límite alguno, la única defensa es armar poder colectivo que le ponga un alto.
El infierno que nos amenaza a las mujeres en México a todas horas y en todas partes seguirá ardiendo mientras dejemos que arda.
Blanca Heredia