Qué difícil debe de ser esperar tanto tiempo detrás de los sillones, a oscuras, con las serpentinas y el confeti en las manos, con el gorrito de fiesta ajustado por la liga y, cuando por fin se abre la puerta, cuando por fin se ve la luz, no poder celebrar ni brindar ni felicitar y mucho menos arrojar el confeti. Que te manden a callar. Y pues no, no tuvieron más remedio que hacerse los despistados, silbar distraídos hacia el techo, olvidando que todavía traían el gorrito de fiesta puesto. Dejar que se calentara la sidra, ver como estallaba al morir la última burbuja y soltar las serpentinas hacia el suelo. Pues haga de cuenta que eso fue lo que les pasó a los que apoyan a este gobierno con el triunfo de Joe Biden.
Qué difícil debe ser, pensar que eres otro y no poderlo ser.
Qué difícil pensar que apoyas a un demócrata y tener que solapar a un autoritario. No, no me malentienda, o si quiere sí. Lo que quiero decir es que esa gente, como tantos en México, apoyaba y sigue apoyando a Biden. Sin embargo, cuando el Presidente no quiso felicitarlo, tuvieron que guardar silencio. Si no lo felicita él, no lo puedo celebrar yo, pensaron confundidos y subordinados. Así, olvidaron lo que antes dijeron en sus charlas y posteos en los cuales criticaban justa y despiadadamente a Trump, hablaban de democracia y libertad y celebraban a Kamala. Callados, sin darse cuenta que con su silencio, solapaban a Trump y a sus reclamos, respaldaban la teoría de la conspiración y el fraude, deslegitimaban el triunfo de Biden, ponían en duda las instituciones del país vecino y de paso, su democracia. Digan lo que digan, quedarse callado es apoyar a Trump y hacerle un desaire a Biden. Como un ejército que sigue las órdenes de un general. Firmes todos. Ya. Así, cuando la semana pasada se esperaba un torrente digital desde las cuentas de estos que durante tanto tiempo honestamente defendieron la libertad, sus pixeles se secaron y sus timelines perdieron velocidad y se estancaron. Ninguno de ellos decía nada, porque sentían que no podían y no debían decir nada. Qué difícil debe ser.
Mucho se ha dicho sobre el porqué de que el Presidente no quisiera felicitar a Biden. Lo cierto es que todo se resume en una simple línea: No es la Constitución, es la biografía. El Presidente está defendiendo su biografía para los libros de texto y la estampita en la papelería. Ese dichoso 2006 que no lo deja gobernar en paz. Es más, él mismo lo dijo cuando anunció que no iba a felicitar, o sea, por eso, que en 2006, y entonces, que el 2006 Zapatero, y que íbamos a ser respetuosos, porque en 2006, y ya y así. Si Trump alega lo mismo que él: fraude, voto por voto, conspiración, ni modo que ahora diga que siempre no. No importa que otros 170 países ya lo hayan felicitado, que estemos en el club de los países impresentables; felicitar es negar el valor de su propia historia. Entonces no y ya. Y de ahí, también hay que decirlo, no pasará. Biden duerme a pierna suelta, le da igual.
Lo terrible está en los otros. En el betún del pastel que se hace costra. En los que quisieran celebrar a Biden y no pueden. En los que siguen con la 4T porque son leales, bien intencionados y fieles, pero saben que cada día menos cosas los representa. Qué difícil debe ser.
@olabuenaga
