Estoy muy molesto con la entrevista que los conductores del programa Despierta de Televisa le hicieron ayer por la mañana a Andrés Manuel López Obrador.
¿Por qué? Porque se equivocaron de principio a fin, porque en lugar de aprovechar la oportunidad para dar nota y reposicionar a su empresa, confirmaron por qué tantas personas dudan de Las Estrellas.
Antecedente: Televisa necesitaba una gran entrevista con un personaje de oposición para enfatizar su vocación periodística después del anuncio de la cancelación de programas como La entrevista con Adela y Chapultepec 18.
La razón es muy simple: más de un espectador no se traga el cuento de que las razones de esas cancelaciones fueron económicas. El tema editorial nunca deja de levantar sospechas. Hay que saber hacer las cosas.
¿Quién era la figura más apropiada para mandar un mensaje de pluralidad y libertad de expresión en estos tiempos tan extraños?
Andrés Manuel López Obrador quien, al parecer, llevaba tiempo jugando a “El son de la negra” (“a todos les dices que sí, pero no les dices cuándo”) con el equipo de Despierta, dicho por ellos mismos.
Habrá sido por esta razón o por otra, pero el caso es que ayer el señor López Obrador se sentó a la mesa con Carlos Loret de Mola, Ana Francisca Vega y Enrique Campos Suárez.
¿De qué fue la entrevista? No sé, porque más allá de que las entrevistas en equipo son complicadísimas y de que casi nunca sirven para algo más que el lucimiento de quienes las realizan, no hay manera de considerar aquello como una entrevista. Fue un linchamiento.
Don Andrés Manuel no fue a decir algo que nunca hubiera dicho, fue a que lo atacaran, a que lo trataran de meter en problemas con el INE, a que lo pusieran a prueba.
Si no me cree, le propongo un ejercicio: busque el video de esa charla, quítele el sonido y analice la comunicación no verbal de los conductores. Es pavorosa.
Loret, a ratos, está como con Kalimba, en una mezcla muy rara de soberbia, ironía y agresividad.
Ana Francisca jamás buscó información. Todo el tiempo estuvo tratando de interrumpir al señor López Obrador mirándolo como de arriba abajo.
Pero el más descarado de todos fue Enrique Campos Suárez. Siempre tuvo una sonrisa burlona hacia su invitado. Ni siquiera lo quería escuchar. Era como si el objetivo fuera proyectar desprecio.
¿Qué caso tenía, por ejemplo, preguntarle a don Andrés Manuel sobre Fidel Castro?
Eso se llama hacer trampa, buscar la manera de que el “entrevistado” cometa un error. No es periodismo.
¡Qué fácil atacar la administración de Fidel Castro por su ausencia de libertad de expresión cuando en México hay tantos periodistas muertos, amenazados o sin micrófono en los medios tradicionales!
¿Por qué no se dice eso cuando se juega a la doble moral con Cuba? ¿Por qué se tiene que ser tan obvio a la hora de buscar el rating y el trending topic?
Y si todo lo que le acabo de decir le suena exagerado, respóndame: ¿qué caso tenía hacer una pausa cuando don Andrés Manuel dijo la palabra Face para evidenciar su mala pronunciación del inglés?
¿Qué caso tenía fingir que nadie le entendió nada de esa manera tan arrogante?
¿A poco en Despierta hacen lo mismo cuando Enrique Peña Nieto da discursos en inglés?
¿A poco ya se les olvidó que ahí, donde hoy se levanta el nuevo News Center de Televisa, se generó el escándalo del “juayderito”?
Mire, el problema de las noticias en esa frecuencia no es que no inviten a la gente, es que cuando la invitan, no la tratan igual.
Quiero ver que el día de mañana, cuando vaya algún otro personaje que aspire a ser candidato presidencial en 2018, le hagan lo mismo, que le avienten esas miradas, que no lo dejen hablar por presentar notas tan trascendentales como la de El reto guacamole y que le dediquen sonrisas mala onda.
Y no, aquí no aplica la de “vamos a corregir”. Ya se trató mal a un invitado. Ahora, si se aspira a la equidad, se tiene que tratar mal a todos.
Por eso luego hay tanta gente en las redes sociales que no quiere a ciertos conductores, a ciertos programas y a ciertas televisoras.
No se vale, y menos cuando Televisa viene del anuncio de la cancelación de su barra periodística.
¿Pero sabe qué fue lo más admirable de ese encuentro? La agilidad mental, el manejo de las ideas y la perfecta congruencia emocional de cada una de las respuestas de Andrés Manuel López Obrador.
El señor jamás cometió un error, jamás se traicionó, jamás dejó de proyectar sinceridad y de manejar un vocabulario adecuado para sus audiencias.
Lo que parecía que iba a ser el principio de su fin, fue absolutamente todo lo contrario. Aquello fue un éxito, una cátedra de manejo de entrevista, una lección de comunicación política.
Pero no dejo de estar molesto. Pienso que aquello pudo haber sido diferente, más equilibrado, mejor. ¿O usted qué opina?
alvaro.cueva@milenio.com