Ya van varios comentarios de odio con los que me topo en las redes sociales sobre la muerte de Chepina Peralta.
Perdón, no se vale. Estamos hablando de una figura fundamental de la historia de la televisión mexicana y latinoamericana.
Si no fuera por ella, muchas de las cosas que tenemos hoy, no existirían.
¿Será posible que seamos tan ignorantes? ¿Será posible que estemos tan enojados como para encontrarle el lado malo mal hasta a alguien de su tamaño?
Más allá de que Chepina Peralta era un ser humano maravilloso, fue una persona que se adelantó a su época, que cambió la historia, que abrió caminos.
Hoy tenemos cualquier cantidad de programas de cocina, la mayoría conducidos y dirigidos por importantes chefs que gozan de gran prestigio porque la gastronomía mexicana está considerada como patrimonio cultural intangible de la humanidad.
Estamos hablando de hombres, sí, pero también de mujeres que van de especialidades tan concretas como la cocina molecular a conceptos como los factuals, los reality shows y los torneos de decoración de pasteles.
¿Y qué me dice de los canales especializados en este tipo de contenidos, del fenómeno de las producciones gastronómicas en las redes sociales o de lo que está en las plataformas como Netflix y Amazon Prime Video? Vivimos en una realidad privilegiada.
¿Sabe usted lo que era ser mujer en el México de mediados del siglo XX?
¿Sabe usted lo que era ser mujer y atreverse a salir cocinando en televisión?
¿Sabe usted lo que era defender nuestros frijoles, chiles y tortillas en aquel entonces?
Ésa era Chepina Peralta, una persona que se atrevió a ir más allá de la etiqueta de “ama de casa”, que se atrevió a hacer lo que en aquel entonces no se rebajaban a hacer los cocineros profesionales, y que empoderó a millones de mexicanas y mexicanos a través de la gastronomía, la nutrición y la promoción de la salud.
A lo mejor doña Chepina, como la mayoría de las mujeres de su época, no pudo estudiar una carrera, pero se capacitó en todo lo que pudo.
Y precisamente así fue como entró, primero a la televisión, luego a la radio y después a una amplísima gama de actividades profesionales que contempló la redacción de libros, producciones internacionales, cursos, conferencias, y videos para los más serios organismos gubernamentales.
Resulta que la señora Peralta, mientras trabajaba de esposa y mamá, estudió enfermería, pedagogía y oratoria.
Tenía tanto talento que capacitaba ejecutivos para que pudieran hablar en público. Era el orgullo de su maestra de oratoria que, casualmente, era parte de una agencia publicitaria.
Le recuerdo: en los años 50 y 60, las agencias publicitarias eran las que producían los contenidos de televisión.
Su maestra de oratoria la recomendó para que condujera, en 1967, un programa de cocina como el que Julia Child tenía en Estados Unidos. Iba a ser un proyecto que sólo iba a durar tres meses en capítulos de 15 minutos.
Doña Chepina, que no era especialista en la materia, se preparó hasta quedarse con ese empleo y convertirse en la conductora de programas gastronómicos que México esperaba. Aquello tuvo tanto éxito que lo demás es historia.
Quisiera saber cuántos chefs o cuántas comunicadoras tituladas tendrían hoy la disposición para asumir un reto de semejante tamaño y para hacerlo funcionar tanto a nivel cocina como a nivel audiencias y anunciantes.
No, pero espérese. Se pone mejor: Chepina Peralta no se conformó con salir en la tele y cocinar, entendió el poder social de los medios y se puso a estudiar nutrición, liderazgo y muchas otras especialidades más.
¿Para qué? Para dejarle algo bueno a la gente, para hablar de temas como la diabetes cuando nadie más lo hacía, para trascender. ¡Y vaya que trascendió!
¿Me creería si le dijera que nunca se rindió, que trabajó en todas las televisoras nacionales y panregionales que pudo, que llegó a viajar tanto que tuvo participaciones en vivo en la televisión matutina de Monterrey, que todavía hace poco estrenó programa en Utilísima y que recibió reconocimientos hasta en Miami?
Por si todo lo que le acabo de decir no fuera suficiente, tenemos el componente emocional.
Chepina era algo más que una estrella de la televisión. Era parte de nuestra familia, la amiga de las mujeres, pero también de los hombres, de las familias enteras.
Era un referente cultural queridísimo. Somos muchos los mexicanos que crecimos mirándola, que aprendimos un montón de cosas a través de su trabajo, que corrimos a comprar sus productos en el súper y que nos emocionábamos cuando la escuchábamos decir frases como “que usted la guise bien”.
Tuve el privilegio de charlar con ella un par de veces por teléfono (vivía fuera de la Ciudad de México) y, créame, era encantadora, una persona muy amable, de primera.
Por favor seamos respetuosos ante esta pérdida y vaya desde aquí un abrazo sincero a su familia, amigos y admiradores.
Descanse en paz una grande de la televisión mexicana. Descanse en paz Chepina Peralta.
alvaro.cueva@milenio.com