A casi veinte años del ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono en Estados Unidos, una mayoría en el mundo occidental sigue pensando que solo un hombre con la mente forjada en el fundamentalismo musulmán, convencido de que Dios lo eligió para semejante tarea, pudo diseñar, organizar y ejecutar con un grupo de seguidores enajenados la trama siniestra que mató de golpe a tres mil inocentes.
En su libro Los orígenes del fundamentalismo (publicado en español por Tusquets en 2010, aunque data de 2000), Karen Armstrong se adelantó a observar ese fenómeno, pero en sus distintas variantes monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam. En su prólogo a la primera edición en español, de 2003, anota: “Aunque Estados Unidos sostiene la separación de la religión y la política, George W. Bush cree que Dios lo escogió para ser el comandante en jefe de América. Al igual que Osama bin Laden, líder de Al Qaeda, considera que la crisis es un conflicto entre el bien y el mal”.
La autora recuerda que para Bin Laden el mundo se dividía en dos bandos hostiles, uno a favor y otro en contra de Dios, y frente a la tesis de Samuel Huntington, descarta que se trate de un choque de civilizaciones: “El fundamentalismo ha sido siempre una disputa interna entre los miembros de una misma sociedad y, como si quisieran recalcar este hecho, los fundamentalistas cristianos estadunidenses afirmaron casi inmediatamente después de la tragedia que había sido un castigo de Dios por los pecados de los humanistas laicos en EU, punto de vista que no estaba demasiado alejado del de los secuestradores musulmanes”.
Un apunte sobre los 19 secuestradores de los cuatro aviones del 11-S refleja sin matices lo que Armstrong llama una peligrosa, aún más, tendencia “posfundamentalista”: no seguían un estilo de vida musulmán convencional, como Muhammad Atta y Ziad Jaharri, ambos alcohólicos y asiduos de los centros nocturnos de Hamburgo. “Los fundamentalistas de las tres religiones abrazan credos cada vez más radicales y nihilistas”, resume la autora.
@acvilleda