Corría mayo de 1969 cuando una extraña banda intentaba grabar su primer disco. Entre colaboraciones con otros y negociaciones fallidas, se las arreglaba para ir de hoyo en hoyo por un Londres que hervía. Primero fue en el Speakeasy, en abril, con gran aclamación, y después en el Revolution, con una pequeña diferencia: ahí un chico negro, estadunidense, se acercó al escenario, estrechó la mano del líder y guitarrista y los declaró, para quien quisiera escuchar, “el mejor grupo del mundo”.
Un mes después los seis jóvenes se metieron a Morgan para intentar grabar su álbum debut, In The Court of The Crimson King, que debió cruzar por tres odiseas antes de su explosión apocalíptica con el sencillo “21st Century Schizoid Man”, rola que habían estrenado ante multitudes, una calculada en 650 mil personas, en Hyde Park como abridores de los Rolling Stones. Había nacido oficialmente King Crimson, como nos cuenta Sid Smith en una documentada biografía en la que apunta que mientras Neil Armstrong y Buzz Aldrin caminaban en la Luna, aquel lunes 21 de julio, Robert Fripp y compañía se metieron por tercera vez al estudio para consumar su LP inaugural.
Smith sabe de lo que escribe no solo porque es fan de la banda desde 1970, cuando descubre ese halo que la hace diferente, esa mezcla de sonidos que abre los sentidos en una sesión hipnótica, a diferencia de otras alineaciones legendarias que él atestiguó en vivo, como Deep Purple y Led Zeppelin, imagine usted. En un capítulo titulado “Track by track”, rola por rola, el autor nos mete en los entresijos de la creación, desde los acordes hasta los mensajes de la letra, los compositores y sus comentarios a la distancia.
Fripp, voz y guitarra, único miembro permanente de la banda en 50 años, ha resumido que el Rey Carmesí era “una forma de hacer las cosas”. La obra, titulada como ese primer disco legendario, de 608 páginas y editada por Panegyric (2019), bien puede leerse escuchando “Starless” y “Matte Kudasai”, piezas que tuvo a bien ponerme en el radar mi querida Ilse Paloma.