Cuanto más se acerca la elección presidencial estadunidense más sorprende la apatía, la abulia o la irresponsabilidad del mundo, que atestigua la trama de un desastre cantado y lo asume como si de un vodevil se tratara, en modo zombi. Es decir, el candidato favorito, Donald Trump, republicano que ya fue jefe de la Casa Blanca, tiene encima múltiples acusaciones y ya fue declarado culpable en espera de sentencia. Mientras eso sucede, prosigue con su campaña poniendo énfasis en políticas de segregación, abiertamente racistas, más subido de tono que en su periodo anterior al frente de su país.
Ningún consuelo representa, por cierto, poner las esperanzas en el otro candidato, el demócrata y presidente en turno, Joe Biden, y no porque su hijo haya sido hallado culpable estos días de diversos delitos relacionados con la adquisición de un arma de fuego, también él en espera de sentencia, sino porque su deteriorada salud física y mental ha quedado exhibida en repetidas ocasiones, todo registrado por cámaras de video, con momentos en que parece apartarse de la realidad, otros en que divaga en sus discursos y algunos más en que se desconecta, como en la reciente ceremonia del Día D en Normandía.
Una de las máximas potencias mundiales, la principal de Occidente, quedará en algunos meses en manos de uno de estos dos personajes y el mundo contempla desinteresado el proceso electoral, sin asomo alguno de sorpresa o alarma, viendo con naturalidad las fechorías del magnate, ya balconeado en paños menores por la ex actriz Stormy Daniels durante los interrogatorios, e ignorando la gravedad que implica la senilidad del gobernante en pos de la reelección, una que ya no le permite a simple vista la funcionalidad que el cargo requiere, o sea, de ciento por ciento.
Absorto el mundo en sus cosas, no pocas veces me siento un personaje de la película Sexto Sentido, asistiendo al desastre que viene sin que nadie más se entere ni escuche. Es un momento Titanic, para usar la figura de Amin Maalouf, y todos miran a otro lado en modo zombi.