La cuestión es la siguiente: ¿leer el Quijote es lo mismo que escuchar el Quijote? Un audiolibro bien producido –como ese que reúne la clásica producción de la Radio Nacional de España de la versión íntegra del Quijote–, ¿dista mucho de la experiencia personalísima y directa de leer las poco manejables ediciones del libro? ¿Es acaso que el audiolibro no puede subrayarse?
Es evidente que la experiencia de lectura está ausente en un audiolibro, pero, entonces, ¿para qué leemos?: ¿para conocer la historia del Quijote o para regodearnos en la lectura de tal edición y reservarnos el derecho de ponerle a Sancho la voz que nos apetezca?
En un episodio de su podcast “La vida es increíble”, Liniers y Montt se preguntan qué pasará con la lectura cuando llegue esa tecnología que nos permita conectarnos un dispositivo y descargarnos directamente el Quijote a nuestros cerebros. ¿Qué nos queda tras leer un libro sino sólo la sensación vaga de habernos emocionado por algo, una idea general y dos o tres frases?
Estas preguntas no son ociosas. Creemos que el libro y sus posibilidades de lectura y sus consecuentes cánones de escritura están lejos de su decadencia a pesar del surgimiento de formatos digitales y de otras propuestas escriturales.
Sin embargo, hay una avalancha de lectorxs y escritorxs escribiendo al margen de lo que denominados el canon: toda una generación que está leyendo y escribiendo nuevas tradiciones y formatos.
Supongo que el reto de las “ferias del libro” del futuro es la apertura a nuevas formas de lectura, atraer a otros lectorxs que están buscando en otros formatos lo que no encuentran ni en el libro ni en la “literatura” convencional, dos cosas a las que les seguimos rindiendo un culto muchas veces injustificable.
Alfonso Valencia
@eljalf
