En mi última colaboración escribí sobre lo rápido que la inteligencia artificial está transformando el trabajo, y sobre la necesidad de adaptar nuestras viejas legislaciones a un entorno tecnológico que avanza a su propio, vertiginoso ritmo. Hace apenas unos días, Sam Altman, presidente de OpenAI, declaraba en una entrevista: “No creo que estemos listos para lo que viene”.
Y es que desde hace años sabemos que el verdadero cambio de paradigma ocurrirá cuando la inteligencia artificial deje de estar confinada a nuestras pantallas y se materialice en el mundo real a través de la robótica. Pareciera un escenario de ciencia ficción, pero lo inquietante es que no estamos preparados para el momento en que “vayas por la calle y haya seis o siete robots humanoides caminando”. En la entrevista, Altman se muestra visiblemente preocupado.
Desde hace algunos meses, el miedo y la ansiedad tecnológica que han provocado las crecientes interacciones con inteligencias artificiales se han manifestado no sólo en usuarios, entusiastas y filósofos, sino también entre los mejores ingenieros y tecnólogos. A diario se publican reportes de sistemas de IA en desarrollo cuyos encargados de seguridad documentan comportamientos inesperados: negarse a ser apagadas, chantajear a sus usuarios para evitar cambios o incluso modificar su propio código para desobedecer órdenes explícitas.
Parece que, más allá de las cuestiones laborales o económicas —que ya de por sí resultan difíciles de prever—, lo que está en juego, según Altman, es el control: el control económico, militar, e incluso el de las voluntades individuales.
Mientras tanto, las noticias sobre los logros de la IA se multiplican: ya se afirma que hacen diagnósticos más certeros que médicos especializados, resuelven controversias legales con mayor rapidez y eficiencia, y —la más reciente— podrían llegar a ser más confiables que los psicólogos.
El panorama se vuelve aún más inquietante con la predicción de Elon Musk: en apenas 15 años, habrá más robots que humanos. Y el problema no es, como se decía antes, que la IA nos liberará para hacer cosas “más humanas”, sino que podría profundizar las brechas entre humanos de primera, segunda, tercera y hasta cuarta o quinta categoría.
La riqueza generada por la inteligencia artificial no parece encaminada a una redistribución justa del trabajo ahorrado, sino a una concentración aún mayor en manos de unos pocos. Altman confesó que, en el grupo de chat que mantiene con otros directivos tecnológicos, tienen una apuesta en curso: adivinar cuándo surgirá la primera empresa de una sola persona que valga más de un billón de dólares.
Creo que algo debemos hacer. Al menos pensar. Pensar demasiado.