Cultura

¿De qué otra cosa podríamos hablar?

Una parte de mi trabajo académico la he dedicado a la estetización de la violencia y esos procesos retóricos y estéticos mediante los cuales el arte y la ficción se apropian de la violencia, la mayoría de las veces como un estilo de contradiscurso a la retórica instaurada desde el poder, en la que prácticamente nunca pasa nada, o nunca por las causas ‘reales’, o nunca con la gravedad que denuncian las víctimas.

Intento comprender el ardid del narcocorrido o de los corridos tumbados, la tensión que generan en la opinión pública de una sociedad desgarrada por la violencia del narcotráfico. Por un lado, pienso en el síntoma y en lo que hay detrás del hecho de que la música más escuchada de este país se base justo en la estetización de ese tipo particular de violencia. Y pienso, sí, en la correspondencia de la ficción con la realidad en el punto nodal del regocijo por la muerte y el sufrimiento del otro.

Por otro lado, pienso en las similitudes del discurso censor aparentemente bienintencionado y la retórica conservadora: el control disfrazado de seguridad, la censura que gana terreno en nombre de la protección de las infancias, de las minorías, de la gente buena. Y, sobre todo, pienso en la censura hacia este tipo de discursos, sobre todo cuando se manifiestan en el llamado ‘arte popular’, lo que sea que eso signifique.

Y también pienso en el lucro que esa industria hace con la tragedia y la muerte. En la atrocidad que es socavada hasta el cansancio y, con eso, arrastrada de lo anómalo a la normalidad a través del discurso y una estética particular que impone, de manera inocua aparentemente, un estilo de vida que entendemos ahora como parte de la identidad nacional, de un código de honor, qué se yo.

En 2007, la artista Teresa Margolles grabó mensajes relacionados a ejecuciones perpetradas por el crimen organizado en el muro principal del Museo Experimental El Eco, en la CdMx. El número de asesinatos violentos en el país era entonces alarmante y ahora la cuota de ¿qué?, ¿un mes?: 2 mil 200 muertos.

Por eso, pienso, ante un público que destroza los instrumentos de un artista que se niega a darle lo que quiere, en el título que Margolles le puso a su intervención en la 53ª Bienal de Venecia: “¿De qué otra cosa podríamos hablar?”. De qué otra íbamos a hablar si de 2007 a la fecha hemos brincado un par de veces entre visiones de país ideológicamente divergentes y sólo el horror y la violencia han persistido y se han replicado no sólo en la realidad, sino en series, libros, películas, telenovelas, canciones, juguetes, playeras, gorras, en la vida común y corriente. ¿De qué otra cosa íbamos a hablar?


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Alfonso Valencia
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