No sé si te ocurre, pero cuando alguien me señala un error, mi reacción inmediata suele ser justificarme o culpar a otro. He comprobado que esta actitud también puede manifestarse frente a Dios. En mi experiencia, más del 90% de mis sufrimientos han sido consecuencia directa de mis malas decisiones, no de las de otros. La Biblia lo expresa con precisión en Proverbios 19:3: “La insensatez del hombre tuerce su camino, y luego contra Jehová se irrita su corazón”.
¿Cuántas veces hemos dicho -aunque sea en silencio-: “¿Por qué a mí, Dios? ¿Por qué yo?” En el fondo, cuestionamos a Dios por lo que ocurre, y algunos llegan incluso a dudar de su existencia con preguntas como: “Si Dios es real, ¿por qué permite que pase…?”. Tú puedes completar la frase.
Hace pocos días, un versículo me confrontó de manera especial: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10). Estas palabras fueron escritas por el rey David. El líder de una nación reconoce su necesidad más apremiante: su propio corazón. Sabe que ha hecho mal, que ha pecado contra Dios, que es débil y se desvía fácilmente. Es consciente de que no puede limpiarse por sí mismo ni cambiar su interior.
Hasta aquí, hay que reconocer su honestidad, pero también su valentía. David no se engaña ni busca justificarse; asume su culpa y clama a Dios. Sin embargo, no se queda en el remordimiento: Recuerda quién es Dios. Conoce su carácter, su poder y su misericordia. Por eso no intenta cambiarse solo, sino que ora: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio”. Sabe que solo Dios puede hacer algo tan profundo.
David no le pide a Dios que cambie sus circunstancias, sino que le dé un nuevo corazón, una nueva manera de pensar, sentir y actuar. Pide también un espíritu recto para mantener una comunión constante con Él.
Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). No hay oscuridad de la que Él no pueda rescatarte. Solo haz como David: clama a Jesús, pídele que te perdone, salve, libere y te dé un nuevo corazón.
Dios te ama y te ha estado buscando. Acude a él tal como estás. El clamor de David no tenía un propósito poético; provenía de un alma que clamaba por redención.
De ser tu caso, Dios te salvará.