A menos que seas médico, es probable que no estés familiarizado con el término “Hematohidrosis”. La condición es sumamente rara y se relaciona con estrés emocional extremo, trauma emocional severo, o miedo sumamente intenso. Cuando ocurre, literalmente la persona suda sangre. Históricamente se han documentado casos de Hematohidrosis en personas que enfrentaban ejecuciones o torturas. Quizá a tu mente viene el caso más conocido a nivel global; el de Jesús previo a su arresto:
“Y poniéndose de rodillas, oraba, diciendo: Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya…Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra”, Lucas 22: 39-45.
Jesús siendo 100% Dios y 100% hombre, hizo toda clase de milagros; pero también padeció hambre, sed, y cansancio extremo. Él estaba rodeado de sufrimiento y todo el tiempo actuaba al respecto. Durante su estancia en esta tierra no tuvo una vida ni cómoda, ni fácil. Continuamente era criticado por líderes religiosos que querían su muerte. Pero lo que enfrentaría en la Cruz sería horripilante en extremo. No solo era el tormento físico. Era la copa que había de beber.
El apóstol Pedro testificó que Jesús nunca pecó, ni se halló engaño en su boca, (1ª. Pedro 2:22), pero en la Cruz Jesús habría de tomar nuestro lugar llevando sobre sí mismo nuestros pecados, recibiendo nuestro juicio y castigo: “Al que no conoció pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él”, 2ª. Corintios 5:21. Jesús sabía que esa copa le separaría durante angustiosas horas de su amado Padre, ya que todo pecador está destituido de la gloria de Dios, (Romanos 3:23).
Pablo nos recuerda que Jesús, “Se dio a sí mismo por nuestros pecados”, Gálatas 1:4. a fin de reconciliarnos con Dios. De otra manera, cada uno tendría que beber la copa de la ira de Dios y pasar la eternidad en el infierno.
Jesús nos ama en extremo, y la Cruz es muestra suprema de dicha verdad. Cualquiera que sea tu condición, ven a él. Pídele en este momento que te perdone, salve y venga a morar a tu corazón y sea el Señor de tu vida. Jesús no te rechazará; no te dejará ni te desamparará, y estará contigo para siempre.