El esfuerzo realizado ha sido mayúsculo por muy variadas circunstancias. Luego de haber “recolectado” suficientes cuerpos pasó varias noches buscando diferentes sitios seguros a lo largo de la ciudad para formar y resguardar los capullos.
Aprendió a hacerlo después del fracaso de los primeros, la veintena desperdiciada en la morgue.
A prueba y error descubrió la forma de mantenerlos con vida, pero inconscientes, gracias a una especie de vapor que aparecía cuando también lo hacían las otras extremidades al costado de su cuerpo. Por eso cuando atrapó a las primeras personas, estas murieron casi al instante, debido a la cantidad de sustancia emitida ya fuese por el hambre o quizá por el enfermizo e indescriptible placer provocado no solo por los ataques, sino por la propia forma en que los costados de su cuerpo se rasgaban para poder extender las otras protuberancias, las más fuertes.
Cuando eso pasaba sentía un cosquilleo un tanto molesto a la altura del esternón y desde el interior de su boca sentía crecer un par de mandíbulas más, ocultas a simple vista, pero que en inicio pensó eran útiles para rasgar, morder y romper. Lo más asqueroso vino después, cuando luego del fracaso inicial cayó en la cuenta de que esas cosas tenían además otro fin mucho más repugnante: secretaban una especie de baba que, al contacto con el aire y rodeada por otras enzimas que salían de algún sitio en sus glándulas salivales, formaban una tela delgada, amarillenta y hedionda capaz de adherirse a cualquier superficie o material; con la suficiente fuerza para sostener gran peso y permitir el paso de oxígeno para impedir que el organismo atrapado se asfixiase.
Lo entendió un poco tarde pero por fin logró el llamado autocontrol, aunque para alcanzarlo hubo que sacrificar la vida de perros y gatos callejeros cuyos despojos quedaron ocultos en las alturas, entre los huecos de los árboles.
El exitoso intento llegó en la naciente noche de hace unas semanas. Le gustaba la música y sentía cierta fascinación por el Invierno de Vivaldi en sus 4 estaciones, por eso permaneció encantado escuchando al joven que, violín en mano, deleitaba con los sonidos de esa obra maestra a través de su instrumento a cuantos pasaban por el lugar. En ese momento descubrió que tenía cierta sensibilidad a las vibraciones generadas por el arco y su erótico roce en las cuerdas. Aquello representaba un gran estímulo para sus sentidos originales y mucho mayor para los recién descubiertos.
Pasaron un par de horas. El joven empezó a recoger las monedas acumuladas en el interior del estuche, guardar las partituras y también a desensamblar el atril. Dio un par de pasos hacia la calzada central en el parque, no hubo un tercero.
Algo le sujetó por las axilas y lo levantó, aunque no tuvo oportunidad de averiguar de qué se trataba porque una especie de neblina descendió sobre él, cubrió su rostro. Le respiró y permitió alojarse dentro de sus pulmones adormeciendo la capacidad de alveolos y entorpeciendo la labor de los capilares sanguíneos; perdió el conocimiento cuando estaba a punto de chocar con una de las ramas más altas. No volvió a abrir los ojos, pero los movimientos en la caja torácica continuaban.
Lo cargó hasta el cuarto de azotea de un edificio cercano y, sin despojarle de instrumento, ropa o vida, lo empezó a cubrir con la cosa que salía de su boca. Levantarlo no fue un problema y mucho menos colocarlo en la esquina superior, al fondo, la más apartada de la entrada y fuera del alcance de la luz.
Fue una buena caza. Quizá por haber logrado sobrevivir, o porque era la primera que reconocía capaz de reproducir sensaciones a través de un instrumento musical o por ser su primer intento exitoso, decidió mantenerla con vida.
Ahora el reto era buscar, encontrar y capturar a una hembra de su antigua especie con la fuerza y potencial para reproducirle en su nuevo estado.
Pasaron varias noches hasta que creyó hallarla. Era una oscuridad de amenazadora tormenta y las primeras gotas de lluvia ya empezaban. La gente aceleraba el paso o corría para guarecerse o llegar a su destino y él, desde la seguridad de las alturas, la vio salir del edificio, esperar al otro lado de la avenida y empezar a acelerar el paso porque los rayos rompían cualquier entereza y los truenos confirmaban que ese momentáneo diluvio estaba a punto de caerle encima.
La vio detenerse justo bajo su árbol. Agacharse y empezar a desabrochar sus zapatos y ahí no logró contenerse más, fue por ella, la trajo consigo hasta esta bodega en las orillas de la ciudad porque es muy hermosa y huele a libertad, a familia, a posibilidad de procreación porque su entrepierna está limpia y su pecho asciende y desciende liberando cantidades supremas de estrógeno y progesterona, inequívocas muestras de capacidad y disponibilidad reproductiva. Ella era la elegida.
Siguió con otras personas y repitió la misma acción para llevarlas a diferentes sitios. En cada uno de esos lugares dejó ocultos a tres de sus víctimas, dos varones y una mujer. Algunos serían alimento y otros se usarían para asegurar una nueva familia…