La noticia de que el gobierno estatal rehabilitará el distribuidor vial Juárez-Serdán fue recibida con aplausos, pero también con la duda de porqué tuvo que pasar tanto tiempo para que alguien volteara a verlo.
Porque esa estructura, que alguna vez simbolizó modernidad, se convirtió en otro símbolo del abandono público, de esos que cuentan más sobre el descuido institucional que sobre el deterioro del concreto.
El distribuidor Juárez-Serdán es utilizado a diario por miles de vehículos que lo cruzan y durante años fue ignorado por administraciones que prefirieron inaugurar obras nuevas antes que mantener las que ya existían.
Y es que en la política poblana, lo viejo no da votos, pero lo nuevo da portada.
Sin embargo, esa práctica acumulada nos dejó una ciudad con una infraestructura cansada, parchada, sin mantenimiento, donde cada grieta en el asfalto refleja también una grieta en la responsabilidad gubernamental.
El distribuidor Juárez-Serdán fue una obra adelantada a su época, cuando la construyó el panista Luis Paredes Moctezuma a principios de los 2000. Dos décadas y media después, el concreto luce abandonado y la corrosión en sus paredes deja al descubierto la indiferencia.
Que Alejandro Armenta haya decidido intervenirlo es un acierto, pero también una confesión involuntaria de que los gobiernos anteriores, tanto municipales como estatales, dejaron morir las obras que debían cuidar.
Tan solo hay que recordar que Miguel Barbosa pretendió derruir aquellas construidas durante el morenovallismo, solo por envidia y venganza.
La infraestructura es más que acero y cemento; es reflejo de gobernabilidad.
Cuando las calles están rotas, los puentes deteriorados y las vialidades colapsadas, la percepción ciudadana de orden también se fractura.
Porque el espacio público es la primera expresión del Estado y si una banqueta no se puede caminar, difícilmente se puede confiar en que el gobierno resolverá lo demás.
Pero la verdadera prueba estará en lo que venga después, es decir, si el gobierno entiende que mantener también es gobernar o si volveremos a repetir el ciclo del olvido.
Porque la infraestructura abandonada no solo afecta el tránsito, sino que erosiona la confianza.
Y esa, a diferencia del concreto, no se repara con mezcla.