La semana pasada escribí sobre los cinco motores a largo plazo de la economía mundial: la demografía, el cambio climático, el avance tecnológico, la difusión global del conocimiento y el crecimiento económico. Esta semana me ocuparé de las conmociones, los riesgos y las fragilidades.
Un shock es un riesgo real, los que, a su vez, son casi todos imaginables. En la útil fraseología de Donald Rumsfeld, son “incógnitas conocidas”, pero su probabilidad y gravedad son desconocidas. Estamos rodeados de estos peligros: nuevas pandemias, inestabilidad social, revoluciones, guerras (incluidas las civiles), megaterrorismo, crisis financieras, desplomes del crecimiento económico, retrocesos en la integración mundial, disrupciones cibernéticas, fenómenos meteorológicos extremos, colapsos ecológicos, enormes terremotos o erupciones de supervolcanes. Todo esto es imaginable. Que se produzca uno de ellos aumenta la probabilidad de al menos algunos de los otros. Además, las fragilidades conocidas aumentan la posible gravedad de ese tipo de conmociones.
Como lo demuestra el Informe de Riesgos Globales 2024 del Foro Económico Mundial, vivimos en un mundo de alto riesgo. No es tanto que pueda pasar cualquier cosa. Más bien, pueden suceder un número considerable de cosas bastante imaginables, posiblemente casi al mismo tiempo. El pasado reciente lo ha demostrado con claridad: sufrimos una pandemia, aunque leve de acuerdo con los estándares históricos, dos guerras costosas (en Ucrania y Medio Oriente), un aumento inesperado de la inflación y una “crisis del costo de vida” asociada. Además, estas perturbaciones se produjeron poco después de las múltiples conmociones financieras de 2007-2015.
No sorprende que estas crisis resultaran ser dañinas y desestabilizadoras. Es probable que impongan costos a largo plazo, en especial a los países y personas más vulnerables, pero podemos ver un golpe de buena suerte: es probable que el shock inflacionario desaparezca relativamente pronto. Los pronósticos de consenso para la inflación en 2024 cambiaron muy poco desde enero de 2023. A inicios de 2024 eran de 2.2 por ciento para la eurozona, de 2.6 por ciento para EU y de 2.7 por ciento para Reino Unido. Los banqueros centrales están en su mayoría desesperados por evitar el error de flexibilizar demasiado pronto y, por tanto, es mucho más probable que lo hagan muy tarde. En consecuencia, los pronósticos de consenso para el crecimiento en 2024 son bajos, pero no negativos hasta el momento.
El futuro de las guerras actuales es mucho más incierto. Pueden resolverse, desvanecerse o explotar y convertirse en algo más grande y perjudicial. Una incertidumbre de ese tipo, nos dice la historia, está en la naturaleza de la guerra. Además, la forma en que terminen puede generar más riesgos. Por un lado, puede haber soluciones pacíficas para ambos conflictos. Por el otro, una simple pausa antes de que se produzcan hostilidades peores.
Lo que suceda en el futuro no solo depende de cómo operen las fuerzas motrices, cuándo (y cómo) se resuelvan las crisis recientes y qué riesgos se materializan. También depende de las fragilidades del sistema. Destacan cuatro.
El primer conjunto es ambiental. Estamos inmersos en un experimento irreversible con la biosfera, en gran medida, aunque no exclusivamente, en relación con el clima. A medida que crece la economía humana, es probable que también se expanda su impacto en la biosfera. Se necesitará un gran esfuerzo para evitar que el medio ambiente se vuelva aún más frágil. Hasta ahora no hemos logrado revertir las tendencias y, por tanto, la fragilidad climática aumentará.
El segundo conjunto es financiero. Con el tiempo, la cantidad de deuda, tanto pública como privada, tuvo la tendencia a aumentar. A menudo esto ha sido sensato, incluso esencial. La dificultad es que la gente llega a confiar tanto en la solidez de sus créditos como en su capacidad para financiar y, cuando sea necesario, refinanciar sus deudas. Las economías dependen de la confianza que tienen los acreedores en sus deudores. Si algo causa una gran conmoción en tales expectativas, una quiebra masiva puede desencadenar profundas depresiones, con espantosas consecuencias económicas y políticas. Con el elevado endeudamiento actual, un periodo prolongado de altas tasas de interés puede desencadenar ese tipo de conmoción.
El tercer grupo se encuentra en la política interna. Vivimos en lo que Larry Diamond, de Stanford, llama una “recesión democrática”. Existe una creciente hostilidad hacia las normas fundamentales de la democracia liberal, incluso en los países occidentales. Como he argumentado, esto tiene sus raíces en la decepción económica, los fracasos políticos y los cambios sociales disruptivos. Eso redujo la legitimidad de los políticos convencionales y aumentó la de los demagogos populistas. Esto hace que nuestra política sea frágil.
El último conjunto está en la geopolítica. La combinación de cambios en el poder económico relativo con el surgimiento de un bloque de potencias autoritarias centradas en China cimentó las divisiones en el mundo. Esto se puede ver en los conflictos actuales. La desconfianza que resulta amenaza nuestra capacidad de lograr la cooperación necesaria para asegurar “la prosperidad, la paz y el planeta”. En un mundo en el que los peligros del conflicto y el costo de la falta de cooperación son tan grandes, esta fragilidad final puede ser la más importante. Si no encontramos una manera de cooperar, es probable que no logremos manejar muchos de los riesgos. Esto hará que sean más probables y más difíciles de afrontar nuevas conmociones.
El nuestro es un mundo desordenado e impredecible. Esto no se debe a que no sepamos nada. Al contrario, sabemos mucho. El problema es que también sabemos que el mundo es imprevisible y complejo. La respuesta crucial debe consistir en reducir las fragilidades, manejar las crisis, planear los riesgos y comprender los motores fundamentales. Además, como muchos son globales, debemos pensar así. La miopía y el tribalismo habituales de la humanidad no funcionarán. Por desgracia, es difícil imaginar que los vamos a superar en un futuro próximo.
