A comienzos de este año, el mundo parecía sorprendentemente unido en un punto: si Donald Trump seguía adelante con su política arancelaria, eso fortalecería al dólar y provocaría la estanflación. CEOs, inversionistas y analistas coincidían. Los economistas calculaban que cada punto porcentual de aumento en el arancel restaría 0.1 por ciento al crecimiento de Estados Unidos (EU) y sumaría 0.1 por ciento a la inflación. Pero hasta ahora, las consecuencias han sido mucho menos disruptivas de lo que casi todos anticiparon.
Algunos analistas creen que esto se debe a que las amenazas de Trump han sido, en su mayoría, simple retórica. Sin embargo, la tasa efectiva de aranceles en EU ya subió de 2.5 por ciento a 15 por ciento. La recaudación por este concepto avanza a un ritmo anual superior a los 300 mil millones de dólares (mdd), unas cuatro veces más que en el mismo periodo del año pasado.
Muchos economistas asumieron que, al reducir las importaciones, los aranceles fortalecerían al dólar casi de forma automática, como una identidad contable. En cambio, la divisa estadunidense sufrió su peor caída en un primer semestre desde principios de los años setenta.
Este giro inesperado se atribuye ahora a que el dólar comenzó el año sobrevaluado desde una perspectiva histórica. Muchos inversionistas estaban fuertemente expuestos a activos denominados en dólares. Últimamente, han buscado cubrir esos riesgos e invertir más fuera de EU. Además, varios países se han vuelto destinos más atractivos para el capital, en parte porque las amenazas arancelarias los motivaron a emprender reformas económicas y a firmar acuerdos comerciales con socios no estadunidenses.

El mayor misterio es por qué el impacto estanflacionario de los aranceles aún no se refleja en los datos agregados. ¿Está realmente EU disfrutando de un “almuerzo gratis”, recaudando 300 mil mdd al año por aranceles sin el malestar esperado? Según algunas estimaciones, los exportadores extranjeros están absorbiendo hasta 20 por ciento del costo —una proporción mucho mayor que durante el primer mandato de Trump—. El 80 por ciento restante, sin embargo, lo siguen pagando en partes iguales las empresas estadunidenses y los consumidores.
La respuesta más probable es que el efecto económico negativo de los aranceles está siendo contrarrestado por otras fuerzas, como la fiebre por la inteligencia artificial (IA) y un mayor estímulo fiscal. Desde enero, las estimaciones del gasto de las grandes tecnológicas en infraestructura de IA este año han aumentado 60 mil mdd, hasta alcanzar los 350 mil mdd. Las pequeñas empresas también se apresuran a subirse a esta ola, lo que impulsa aún más el crecimiento. Todo este entusiasmo está neutralizando el temor de que la incertidumbre en la política comercial congele las inversiones y paralice el gasto en capital.
El optimismo en torno a la IA también contribuye al crecimiento al mantener las condiciones financieras relajadas, incluso con tasas de interés más altas. De acuerdo con un nuevo índice de la Reserva Federal (Fed), esas condiciones serían neutrales —no expansivas— si no fuera por el mercado bursátil, que ha seguido subiendo este año gracias, en gran parte, a las acciones ligadas a la IA.
Por otro lado, la promesa de recortes fiscales facilita que las empresas estadunidenses absorban una mayor parte de los costos arancelarios en lugar de trasladarlos completamente al consumidor. Se espera que el “gran y hermoso proyecto de ley” de Trump ahorre a las empresas estadunidenses unos 100 mil mdd este año, y aún más en 2026, principalmente mediante deducciones fiscales.
Esto no significa que los aranceles no tengan efectos negativos. De hecho, sus costos ya comienzan a notarse en los precios más altos de electrodomésticos, artículos deportivos y juguetes.
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Está siendo contrarrestado por otras fuerzas, como la fiebre por la inteligencia artificial (IA) y un mayor estímulo fiscal”.
Sin embargo, la tasa general de inflación se ha contenido gracias a la caída de los alquileres y de los precios de otros productos, como los autos usados y la energía. Y estas reducciones obedecen a causas ajenas a los aranceles; por ejemplo, los precios de los autos usados aún bajan desde los niveles alcanzados por la disrupción en la cadena de suministro durante la pandemia.
Así que los economistas no estaban del todo equivocados respecto a los aranceles. La estanflación aún podría llegar, especialmente si la tasa efectiva promedio sigue aumentando. Pero hasta ahora, ni siquiera un nivel mucho más alto ha sido suficiente para contrarrestar las fuerzas mayores que sostienen el crecimiento y contienen la inflación.
De algún modo, vemos una repetición de 2023. Ese año, también se esperaba que un gran shock —entonces las subidas de tasas de la Fed— frenara drásticamente el crecimiento de EU, pero el impacto fue contrarrestado por el auge del gasto en IA y la capacidad aparentemente inagotable del gobierno estadunidense para seguir ofreciendo apoyo fiscal.
Lo que el mundo malinterpretó, entonces y ahora, empieza por sus marcos mentales. El error recurrente de aplicar modelos simples, en los que un factor llamativo (A) conduce en línea recta a un resultado (B), se ha amplificado con la obsesión global por Trump. Hoy parece ser el único factor que merece análisis. Pero las economías son demasiado complejas para estar moldeadas por una sola causa, incluso si se trata de un shock tan grande como los aranceles de Trump.
GSC