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La bodega neoyorquina, personaje entrañable de la ciudad que ha sobrevivido a pandemias y hoy alberga raves

Los neoyorquinos han organizado raves, espectáculos cómicos y eventos políticos en las tiendas. También las han visitado algunos famosos.

Son las 02:00 horas en Nueva York. Las calles están casi vacías y las tiendas, casi todas, cerradas; estás despierto, fuera y desesperadamente hambriento, solo hay un sitio al que quieres ir.

El familiar toldo amarillo de la entrada de tu bodega favorita te llama, pasas hacia el resplandor de las luces fluorescentes. Lo único que tienes que hacer es saludar asintiendo al hombre que está detrás del mostrador: sabe que quieres pedir un sándwich chopped cheese

Mientras coges un billete de lotería y un paquete de chicles en cuanto esperas, una gata naranja se asoma entre cajas de Froot Loops. También está despierta.

De raves a canciones, la historia de las bodegas en NY

Las bodegas, esas pequeñas tiendas de barrio que salpican las manzanas de los cinco distritos, han sido una parte esencial de la vida de la ciudad durante décadas.

“Somos una ciudad itinerante: la gente necesita las cosas deprisa y corriendo —afirmó Kel Murphy, de 41 años, quien creció trabajando en la bodega de su padre en St. Albans, Queens—. Entras corriendo, sales corriendo; no tienes que recorrer un laberinto de pasillos”.

Las bodegas son personajes entrañables de la ciudad, partes inextricables del zeitgeist cultural. Este año, la rapera Cardi B, quien es del Bronx, lanzó una canción titulada “Bodega Baddie”.

Los neoyorquinos han organizado raves, espectáculos cómicos y eventos políticos en las tiendas. Han servido como espacios para que generaciones de migrantes encontraran comunidad, trabajo y el sabor del hogar.

A lo largo de los años, las bodegas han estado en peligro. Cientos cerraron durante la pandemia. Se han enfrentado a robos en tiendas, saqueos a cajeros automáticos y a la represión policial.

En una época de alquileres cada vez más altos, cadenas de tiendas en expansión, infinitas aplicaciones de reparto de comida y una población obsesionada con la salud, es una especie de milagro urbano que las bodegas sigan existiendo.

Nunca estás a más de unas cuantas cuadras de una. En 2022, había unas 7 mil 300 bodegas en la ciudad, según el Departamento de Salud.

Herencias de la cultura migrante

Migrantes judíos e italianos establecieron charcuterías y delis en Nueva York a finales del siglo XIX y principios del XX. Algunos vendieron más tarde sus tiendas a una creciente comunidad de hispanohablantes que emigraban de Cuba, Puerto Rico y España. Las bodegas, tal como las conocemos, empezaron a despegar a partir de 1920.

Se convirtieron en “anclas del barrio”, dijo Pedro Regalado, profesor adjunto de historia estadunidense en la Universidad de Stanford y autor del libro Nueva York: Making the Modern City.

Vendían nostalgia: arroz, frijoles, plátanos, chorizo y otros alimentos que recordaban al hogar. Este afán comercial ayudó a crear una “comunidad panhispanohablante”, definió Regalado, y añadió que empezó a formarse una identidad étnica cuando los propietarios de las bodegas, llamados bodegueros, se referían a sus tiendas como latinas o hispanas.

En la década de 1980, muchos puertorriqueños habían vendido sus bodegas a dominicanos; en las décadas de 2000 y 2010, migrantes yemeníes eran los propietarios. Durante todo ese tiempo, sin embargo, “la identidad de la bodega no cambió mucho”, confirmó Regalado.

Ahora, la diversidad y la fusión cultural que definen a Nueva York se encarnan en estos espacios. En el Lower East Side, está la Chinese Hispanic Grocery, donde puedes comprar chicharrones y jugo de lichi. Cerca de la frontera de East Williamsburg, Brooklyn, Edimar Piña y José Herrera, venezolanos, empezaron a servir arepas y tequeños tras hacerse cargo de una bodega mexicana para inaugurar Código 58.

“Seguimos teniendo tacos, quesadillas y burritos porque queríamos conservar a los clientes de siempre”, aseguró Herrera.

Las bodegas sobrevivieron al covid-19

Cuando más lo necesitas, la bodega siempre está ahí. Las tiendas nunca tienen más de unos pocos pasillos, pero como bolso de Mary Poppins, casi siempre tienen lo que buscas. Además, son algunos de los negocios más adaptables.

Durante la pandemia, las bodegas eran el único lugar donde algunos neoyorquinos podían encontrar desinfectante para las manos y toallitas de papel. Cuando la propagación de la gripe aviar provocó un aumento del precio de los huevos, vendieron huevos de forma individual.

“Lo único que tienes que hacer es venir aquí y decirme lo que quieres —afirmó Francisco Suriel, propietario de Hollis Ave Mini Market, en Queens—. Créeme, mañana lo tendrás”.
Una parte clave de su atractivo es lo fácil que resulta encontrar una. “Cuando pasas por delante de una bodega en tu ruta diaria, esa comodidad compite con la de un servicio de reparto —explicó Nate Storring, codirector ejecutivo de la organización sin fines de lucro Project for Public Spaces—. Tanto si te olvidas el paraguas en un día lluvioso como si estás sediento en uno caluroso, rara vez estás lejos de un lugar que pueda ayudarte”.

Jullya Kim, cuya familia es propietaria de Sunny & Annie’s Deli en East Village desde 1997, dijo que mantuvieron la tienda en funcionamiento con velas y lámparas a pilas durante el apagón de 2003:

“Abrimos 24 horas, 365 días al año, siete días a la semana, y nunca hemos cerrado, jamás. Ni siquiera durante los huracanes”.
En nuestra era actual de entrega de comestibles sin contacto y de autocajas estériles, los momentos de interacción humana están desapareciendo de la vida cotidiana. Las bodegas son “una parte silenciosa de la infraestructura social de Nueva York que evita que nos sintamos solos en una gran ciudad”, aseguró Storring.
Como muchas de ellas son literalmente bodegas familiares, los empleados suelen ser amigos o parientes a quienes les importa el ambiente del local. “A quien entra por la puerta, siempre le decimos ‘¡Hola!’ en voz alta”, dijo Kim.
Sam Boston, que administra una bodega en Hudson Yards, compartió: “Cuando veo que un cliente tiene un mal día —lo veo en su cara— intento gastarle una broma o hacerlo sonreír”.

Estatus de celebridad: famosos que han ido

Las bodegas se han convertido en un aspecto definitorio de la mitología de la ciudad, ganándose un caché cultural que resuena más allá de los neoyorquinos. Rihanna apareció una vez en la portada de Paper Magazine, posando frente a la nevera de una bodega.

En TikTok, hace unos años, se hizo viral una canción de BIA con la letra: Me pongo mis joyas solo para ir a la bodega.

Las tiendas de la esquina tienen algo cool, además de una base de seguidores ávidos. Esto fue estimulado, al menos en parte, por los artistas de hip-hop de las décadas de los 80 y 90, que surgieron de barrios de bajos ingresos donde las bodegas eran populares.

Nas se puso encima de un toldo en el que se leía “Frutas-verduras” en el video musical de su canción Hate Me Now. Biggie Smalls, cuando era adolescente, realizó una famosa improvisación delante de una bodega en Bedford-Stuyvesant, Brooklyn, en 1989. Y más recientemente, A$AP Rocky e Ice Spice también han utilizado bodegas como telón de fondo visual.

Murphy, que está creando un documental sobre las tiendas, dijo que para los artistas de hip-hop, la bodega era “su oasis en un desierto de comida. Cuando se vuelven famosos, no se olvidan de su bodega, es algo que les sostuvo”.

Los supermercados y las cadenas de tiendas de comestibles a menudo han evitado los barrios con mayor concentración de personas de color y residentes con bajos ingresos. Para algunos neoyorquinos, las bodegas eran, y en algunos casos siguen siendo, la única opción para adquirir alimentos y otros productos básicos.

El significado cultural también ha hecho que los neoyorquinos sean protectores. En 2017, cuando unos antiguos empleados de Google crearon una aplicación de compras de conveniencia —y la llamaron Bodega—, se produjo una indignación pública, y el negocio acabó cerrando.

¿Qué les esperan a las bodegas en NY?

Hace unos años, Boston trabajaba en una bodega de Boerum Hill, Brooklyn. Se hizo amigo de un cliente habitual, Christopher Isaacson, un comediante que vivía en el barrio y buscaba espacios para celebrar espectáculos cómicos independientes. Se les ocurrió organizar uno en la bodega.

La tienda se transformó en un escenario. “En un espectáculo de comedia, todo el mundo siempre tiene miedo de sentarse delante porque siente que te van a hablar, pero en una bodega, todo el mundo está en primera fila”, dijo Isaacson. Bajo el nombre de Bodega Comedy, ahora organizan espectáculos en bodegas de toda la ciudad.
“Hay una sensación de libertad” en la bodega que puede ser difícil de encontrar en los locales tradicionales, dijo Isaacson.

Desde el principio, han sido espacios flexibles que permiten una evolución natural que evita que se queden anticuadas. Y para bien o para mal, seguirán cambiando también en otros aspectos.

“Mi padre sigue queriendo mantenerla abierta las 24 horas, pero cuesta mucho más de lo que costaba antes”, aseguró Kim, de Sunny & Annie’s.

La mano de obra se ha encarecido, y también quieren reducir los comestibles e inclinarse por las comidas preparadas, especialmente las coreanas.

“No podemos competir con todos esos supermercados, lo que sí podemos hacer es ofrecer cosas que ellos no ofrecen”, afirmó Kim. Añadió que también está pensando en introducir un bar de jugos o de ensaladas, para los cada vez más concienciados con la salud.

En Código 58, los clientes vienen con frecuencia “pidiendo jugos naturales”, dijo Herrera, y añadió que tiene previsto comprar una exprimidora para hacer jugos frescos de fresa, melón y papaya.

En 2023, el negocio estuvo a punto de cerrar, compartió Piña: “No teníamos suficiente dinero”. 

Entonces decidió abrir una cuenta de Instagram, con publicaciones que mostraban las empanadas y las yucas fritas de la tienda. “Funcionó, la gente ve nuestros videos y quiere probar nuestra comida”, recalcó.

En los últimos años, varias bodegas han explotado en popularidad en las redes sociales, con videos virales en los que hacen pedidos de sándwich y recompensan a los niños con golosinas gratis cuando responden correctamente a preguntas matemáticas.

Aunque cambien sus horarios y los artículos que almacenan en sus estanterías, hay algo que quizá nunca desaparezca de las bodegas: el toque humano.

“Es la calidez que damos a nuestros clientes —confesó Kim—. Es muy, muy importante que los clientes sepan que los vemos y que estamos ahí”.

Incluso en mitad de la noche, al menos por ahora.

RM

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