En la actualidad, el Vaticano celebra las festividades más significativas de los santos en la cultura católica.
De acuerdo con la máxima autoridad de la iglesia, los santos son todos aquellos que han dado un ejemplo de valentía y han defendido sus creencias, incluso poniendo su vida de por medio. Le informamos a quienes recordamos los días correspondientes al 23, 24 y 25 de mayo del año en curso.

¿Cuál es el santo del 23 de mayo?
Hablamos de San Desiderio de Langres, un obispo y mártir del siglo III cuya historia se entrelaza con los albores de la cristiandad en la Galia, una época marcada por persecuciones y valentía silenciosa.
Su nombre, que significa “el deseado”, reflejaba no solo la estima que le tenían sus fieles, sino también su profunda búsqueda de Dios en tiempos convulsos.
Desiderio vivía en Langres, una ciudad romana ubicada en lo que hoy es Francia. Ocupaba el cargo de obispo, guiando a una pequeña pero firme comunidad cristiana.
Era un hombre de letras, instruido, conocido por su serenidad y por la firmeza con la que predicaba el Evangelio, incluso cuando ello significaba arriesgar su vida. Fue durante la persecución del emperador Decio, en torno al año 250, cuando su fe fue puesta a prueba.
Los edictos imperiales exigían que todos los ciudadanos ofrecieran sacrificios a los dioses romanos, y Desiderio se negó. No por terquedad, sino por convicción: no podía traicionar su fe ni a quienes lo miraban como guía espiritual. Fue arrestado y llevado ante las autoridades.
A pesar de los intentos por persuadirlo con amenazas y promesas, se mantuvo firme. Su respuesta fue clara: “Mi vida está en manos de Dios, no del César”.
Fue condenado a muerte. La tradición cuenta que fue decapitado, y que antes de morir oró por sus verdugos y por su comunidad. Su martirio no apagó la llama de la fe en Langres, sino que la avivó.
Años después, cuando el cristianismo fue legalizado, su nombre se convirtió en símbolo de fortaleza y fidelidad.
San Desiderio es recordado como patrón de Langres y su figura se venera aún hoy, especialmente en la región de Borgoña. Su vida no fue larga, pero su legado cruzó los siglos como testimonio de una fe que ni el poder del imperio pudo doblegar.

¿Cuál es el santo del 24 de mayo?
En las llanuras de Galacia, en lo que hoy es Turquía, se alzaba la ciudad de Tavium, un lugar donde convivían las creencias tradicionales del Imperio romano con los primeros ecos del cristianismo.
En ese entorno nació y vivió Santa Susana de Tavium, una joven cuyo nombre quedaría grabado en la memoria de la Iglesia por su fe inquebrantable.
Poco se sabe con certeza de sus orígenes, pero la tradición la presenta como una muchacha de noble corazón, criada en la fe cristiana en una época en que profesarla abiertamente era motivo de sospecha, persecución y a menudo de muerte.
Se cree que vivió durante los siglos III o IV, tiempos marcados por las olas de violencia contra los cristianos bajo emperadores como Decio o Diocleciano.
Susana era joven, pero su carácter mostraba una madurez rara. A pesar de los riesgos, no escondía su fe. Era conocida en su comunidad por su caridad, su pureza y su valentía. Cuando comenzaron las redadas en Tavium, muchos huyeron o renunciaron a su fe por temor, pero Susana no se doblegó. Fue denunciada por negarse a participar en los ritos paganos y por proclamar a Cristo como su único Señor.
Fue arrestada y llevada ante las autoridades locales, quienes la interrogaron con la esperanza de convencerla de abandonar su fe. Le ofrecieron riquezas, matrimonio con un noble romano, y una vida cómoda si tan solo accedía a adorar a los dioses del imperio.
Pero Susana respondió con serenidad: “He entregado mi vida a Cristo; no necesito más promesa que la de su amor”.
Ante su negativa, fue condenada a morir. No hay detalles claros sobre la forma de su martirio, pero todas coinciden en que murió con el nombre de Cristo en los labios y sin mostrar temor.
Su muerte sembró respeto incluso entre quienes no compartían su fe, y con el tiempo su tumba se convirtió en lugar de peregrinación.
Santa Susana de Tavium fue canonizada por la tradición de los mártires, no por decreto, sino por la voz silenciosa de los fieles que mantenían viva su memoria. Su historia, aunque envuelta en el velo del tiempo, sigue hablándonos de la fuerza de una fe vivida con convicción, incluso en la juventud, incluso en soledad.

¿Cuál es el santo del 25 de mayo?
En el reino de Northumbria, en los confines septentrionales de la Inglaterra anglosajona, nació hacia el año 672 un niño que, sin imaginarlo, cambiaría para siempre la forma en que Occidente entendería su propio pasado.
Ese niño fue Beda, más tarde conocido como el Venerable, no por nobleza de sangre, sino por la nobleza de su espíritu y su sabiduría.
A temprana edad, fue confiado al monasterio de Monkwearmouth, y luego al de Jarrow, donde pasaría toda su vida. En aquellos muros de piedra, rodeado por manuscritos y cantos litúrgicos, encontró su vocación: el estudio, la oración y la enseñanza.
Desde niño mostró un alma dócil y una mente despierta, cualidades que lo hicieron destacar entre los monjes. Aprendió latín, griego y un poco de hebreo, se dedicó a copiar textos, a comentar las Escrituras y a observar el mundo natural con la curiosidad de un sabio antiguo.
Beda nunca salió de Northumbria, pero su mente viajó lejos. Su obra más célebre, La Historia Eclesiástica del Pueblo Inglés, no fue solo una crónica de reyes y obispos, sino una visión del alma de un pueblo que transitaba del paganismo a la luz del cristianismo. Su forma de datar los hechos a partir del nacimiento de Cristo influenció toda la cronología occidental.
No era sacerdote al principio, sino simple monje, pero su saber era tan vasto y su humildad tan genuina, que su opinión era buscada incluso por obispos y reyes. Fue ordenado diácono a los 19 años y sacerdote algunos años después, pero jamás deseó poder ni renombre. Su vida transcurrió en paz, entre manuscritos, cánticos y el ritmo sereno de la liturgia.
En los últimos días de su vida, ya anciano y enfermo, Beda no dejó de dictar y de enseñar. Su discípulo más cercano, Cuthberto, dejó testimonio de esas jornadas finales: Beda, postrado, pedía ser sostenido para poder terminar su traducción del Evangelio de san Juan al inglés antiguo. Cuando acabó su tarea, pidió recibir la comunión, cantó un último salmo, y expiró suavemente, como quien concluye un salmo en paz.
El título de “Venerable” le fue dado poco después de su muerte, no como honor vacío, sino como reconocimiento de una vida santa, sabia y luminosa.
En el siglo IX, el papa León XIII lo declaró Doctor de la Iglesia, el único nacido en Inglaterra que lleva tal título.
San Beda el Venerable no empuñó espada ni gobernó ciudades, pero enseñó a generaciones enteras a ver la historia como obra de Dios, y a buscar en el pasado la semilla del presente.
