En un mundo que corre de prisa y olvida con facilidad, hay historias que resisten el tiempo como una raíz profunda. José Palomo Crispín y María del Carmen Ramírez Vaquera cumplieron 70 años de casados este 5 de junio.
Él tiene 89 años, ella 86, y su historia, tejida entre algodones, tortillas calientes y promesas susurradas al atardecer, es un testimonio de amor duradero que floreció en el ejido La Joya, en el municipio de Torreón, Coahuila.

José fue jornalero toda su vida
Con manos curtidas por el sol y la tierra, sembraba algodón, frijol y maíz desde la madrugada hasta que el cielo se encendía de rojo. Sostenía a su familia con la venta del algodón, planeando con esfuerzo y sabiduría los gastos de todo un año.
A pesar de estudiar solo hasta quinto grado, cultivó también el gusto por la lectura y la música, que lo acompañaban incluso en la parcela, con un pequeño radio a baterías colgado al cinto.
Carmelita fue el alma del hogar
Madre de siete hijos, su jornada comenzaba antes que el sol y terminaba mucho después. Acarreaba agua, cocinaba con leña, planchaba con carbón, lavaba en lavadero… y jamás se quejó, señaló su nieta.
Con amor y firmeza, cuidó que cada uno de sus hijos fuera limpio, peinado y bien alimentado. Sus manos no solo amasaban tortillas: también tejían, bordaban y creaban con paciencia el calor de un hogar que aún perdura.
Su historia de amor comenzó en la primaria
Se conocieron de niños, y con el paso de los años, el cariño se volvió insistente. José la esperaba a caballo a la salida de la escuela, buscando con timidez una mirada, una palabra. “Le costó trabajo, pero lo logró”, cuenta con una sonrisa su sobrina, quien hoy ve en ellos el reflejo de la ternura que no envejece.
El 5 de junio de 1955 se casaron por la iglesia, rodeados del polvo del ejido y las bendiciones de un pueblo que los vio crecer. Hoy, siete décadas después, celebran no solo su matrimonio, sino también el milagro de estar rodeados de hijos, nietos, bisnietos y hasta un tataranieto.
“Ellos siempre nos dijeron que si queríamos darles un regalo, fuera en vida, cuando pudieran disfrutarlo”, comparte su familia.
La celebración de sus 70 años no es solo un festejo, sino un agradecimiento a Dios, a la vida, y a todos aquellos que han sido parte de su camino.
“Agradecemos a los medios por contar esta historia”, dice su sobrina con emoción. Porque hay amores que no necesitan más que un caballo a la salida de la escuela para comenzar, y toda una vida para permanecer.
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