En Torreón, la calzada Colón se despliega como un pergamino vivo que narra sus días entre el polvo del pasado y la prisa del presente. En las siguientes imagenes se aprecia el antes y el ahora: a la izquierda, el bullicio de lo cotidiano; a la derecha, el murmullo solemne del ayer.
Las esculturas de antaño, firmes en su pedestal, parecían custodiar el alma de la ciudad, mientras los árboles jóvenes de entonces se erguían como promesas verdes que hoy ya son sombra.

En las viejas fotografías proporcionadas por el Archivo Municipal, de alrededor de 1940, la calzada luce como una pasarela digna de epopeyas. Estatuas de cuerpos clásicos y manos en alto adornaban las glorietas, como olvidados que alguna vez marcaron el ritmo del tránsito con su presencia estoica.
Hoy, las figuras son distintas; Pilar Rioja gira en bronce sobre su pedestal moderno, y otras esculturas han dado paso a nuevos símbolos, a nuevas voces que danzan entre autos, cables y anuncios de comida rápida.

Estatuas pérdidas
Durante el periodo de 1952 a 1954, bajo la administración del alcalde Rodolfo González Treviño, se decidió retirar varias de estas esculturas. Se adujeron razones como su supuesta inmoralidad o su inconveniencia para el tráfico. Así, fueron desterradas del paisaje urbano. Aquellas figuras que alguna vez elevaron el espíritu de la avenida fueron condenadas al olvido o al silencio de las bodegas municipales, dejando tras de sí pedestales vacíos como epitafios.

Hoy, la calzada Colón transita entre la memoria y la transformación. Los árboles la cubren con un dosel de nostalgia, y cada paso parece resonar con ecos de pasos antiguos.
La arquitectura ha cambiado, los negocios han mutado, pero el trazo permanece. Es un río de piedra por donde navega la historia, llevando consigo fragmentos de lo que fue y retazos de lo que podría ser. La mirada del transeúnte actual, si se detiene apenas un instante, aún puede ver las siluetas fantasmales de esas estatuas que una vez la habitaron.
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