Con el tendedero de ropa de segunda, las plantas de sombra y la fritanguita, los puesteros de la colonia Sol de Oriente de Torreón vuelven a salir a la calle, atrayendo a las amas de casa que junto a los niños y hasta el perro, llegan buscando la maceta con la Lengua de Suegra o una mata de albahaca.
Con cubrebocas de diseño exclusivo, es decir, 'made in home office', y algunos otros desechables que parecen ya radiografías, sin importar que el covid esté en aire, los vecinos salen contentos y bromistas buscan la oferta y reactivan el micronegocio, llevando unos pesos al bolsillo de los comerciantes ambulantes.
La ropa nueva, la casa del perro, la lencería y horno eléctrico, se fusionan con el aroma de los hot dogs, cocodrilos y hasta las momias en la calle Ingeniero Carlos Pérez Valdez. Los tacos al pastor quedarán pendientes para la siguiente semana pues el tianguis ahora se erige temprano y por la tarde se levantan los tiliches por la tarde.
“Desde la semana pasada está el tianguis pero nosotros nos pusimos ahorita… hemos vendido apenas 60 pesos. Las plantas las traemos de Lerdo, o sea, nosotras somos de aquí de Sol pero la traemos de allá. La gente lo que más busca es el arrayán, que aquí lo vendemos a 300 pesos, es de lo más caro pero sí sale porque en otros lados las venden a 700”, dice Valeria, una joven emprendedora quien junto a su mamá se sienta en el automóvil a esperar a los clientes.
“De las plantas que más se venden en la fayuca son de 30 pesos: es albahaca, hierbabuena, romero, tomillo, plantas para cocinar. Las bugambilias son de 85 y las plantitas de adorno, de sombra, son de 35, todas estás. Esta palma que es para dentro de la casa está en 120 pesos”, dijo a través de su cubrebocas.

El abuelito también se animó a sacar el triciclo y a todo pulmón anuncia la venta de semillas y aguas frescas; los peatones mueven las piernas para mirar con curiosidad los puestos que ofrecen nieve de raspa, juguetes, cosméticos, refacciones para automóviles, herramienta y ropa deportiva. No faltan los zapatos usados en un espacio donde incluso las personas de la tercera edad sacan su sombrilla y piden les sean obsequiadas algunas monedas.
“Llévele, llévele, llévele, lléveleee”, grita el que vende ropa para bebé. Otra señora anuncia el duro de cerdo mientras carga una bolsa y una botella con salsa. La vanidad hará que algunas señoras se compren pestañas postizas y terminen pareciéndose a la vaca Clarabella.
Los libros infantiles son promesa de cuento por la noche, y las frituras también promesa, pero de aumentar el volúmen en la panza de los niños, pero las conchitas y tostitos se remojan en crema, salsa, repollo y hasta cueritos curtidos. Dicen los que saben, que es todo un batidero delicioso.
No falta el payaso en la estampa junto a los trastes. Ahí nos encontramos a Pachukin Laguna, que curioso, es el único que en este espacio, abiertamente aboga por la libertad, la movilidad y la alegría de los niños.
“Fíjate que ando de pasada, yo soy Pachukin Laguna, amiga. Ando viendo a algunos colegas que no han podido venir porque está muy solito. Esta es la segunda vez que se reactiva el tianguis y como algunos niños ya me conocen, verdad, pues se acercan. Yo soy generoso, les entrego los dulces, pero menos la mamá que no me da”, dice y de inmediato suelta la carcajada.
“Ponemos un granito de arena porque los niños no tienen la culpa de esto. Les damos un momento de alegría después de haber pasado semanas en casa, de hecho los niños son los más afectados porque ellos no saben lo que se está viviendo”.
Mientras los niños se le acercan de forma directa, los abuelos lo hacen de forma disimulada, pero igual terminan riéndose. Pachukin comentó que él acostumbra ofrecer figuras de globos por una moneda.
“Lo hacemos con la sana distancia y lo inflamos con una bombita, no es de boca porque se deja la saliva y luego truena y se quedan las partículas y nos salimos todos. Traemos una bombita… como la de Andrés García… ¡Qué, señora, tranquila, señora, qué dijo, mi novio, pero ya no le funciona!”.
La vida poco a poco intenta tomar normalidad. Y si bien asusta el hecho de que a las ventas se saque a los niños, ellos irradian alegría en medio de tarimas que muestran cosas de segunda que en tiempos de pandemia, desempleo y soledad, suelen ser un paliativo para el estrés.
EGO