Espectáculos

Puerto Rico, donde los tambores de la bomba aún laten

Uno de los géneros musicales más antiguos en Latinoamérica se mantiene vivo en la Isla del encanto.

Puerto Rico suena al mundo. Desde los años 90, cuando Ricky Martin convirtió el pop latino en pasaporte internacional, hasta la era actual de Bad Bunny, ídolo mundial del reguetón, la isla ha marcado el ritmo de una generación entera. Pero detrás del éxito planetario y de los beats que llenan estadios, hay una raíz más profunda, una música que no nació para el espectáculo, sino para resistir, celebrar y sanar.

En las costas de Loíza, bajo el sol y el salitre, aún se escucha el pulso de la bomba, el ritmo más antiguo del archipiélago, heredado de los ancestros africanos que llegaron en tiempos coloniales. Allí, hombres y mujeres siguen bailando al compás del tambor como si cada golpe fuera una plegaria.

Historia de la bomba

La historia de la bomba es también la historia de Puerto Rico. Surgió en el siglo XVII, entre los cañaverales y las plantaciones de la isla, cuando las personas esclavizadas trajeron desde África sus ritmos, su memoria y su modo de resistir a través de la música. En Loíza, Ponce, Mayagüez y San Juan, la bomba nació como diálogo: el tambor habla, el cuerpo responde, y entre ambos se teje un lenguaje ancestral.

No hay partitura ni coreografía fija; el bailarín marca un paso y el tambor “subidor” —el principal— responde con un acento improvisado, mientras el “buleador” sostiene el pulso. Alrededor, el coro entona un canto de ida y vuelta, y el sonido de los barriles de ron convertidos en tambores se mezcla con las maracas y el cuá, dos palitos de madera que golpean el costado del instrumento. Todo nace del cuerpo, de la tierra y del mar.

“La bomba no es solo música: es identidad. Durante siglos, fue símbolo de resistencia cultural en tiempos en que la esclavitud negaba la libertad y la expresión”, asegura la maestra Sheila Osorio, quien ha llevado el ritmo a otros países junto al Taller Nzambi, uno de los colectivos artísticos más reconocidos.

Fotos: Discover Puerto Rico
Fotos: Discover Puerto Rico


Un ritmo actual

Hoy, en pleno siglo XXI, la bomba sigue siendo una celebración de la cultura afro boricua. Y aunque la globalización llevó a Puerto Rico hacia otros escenarios —los Grammy, las listas de Billboard, los estadios europeos—, el corazón de la isla sigue latiendo al compás de estos tambores.

En Loíza, ese pueblo costero de alma negra, el ritmo no se aprende en un salón cerrado, sino al aire libre, frente al mar. Las clases de bomba se ofrecen sobre la arena o en los bateyes, espacios comunales donde los locales y los visitantes comparten una experiencia más espiritual que turística. La escena es hipnótica: un grupo de mujeres con faldas largas y coloridas que giran como olas, un maestro que marca el ritmo con las manos sobre el tambor, niños que ríen mientras imitan los movimientos de los mayores. No hay barreras de edad ni de idioma; cualquiera puede unirse al círculo y dejarse guiar por el pulso ancestral.

Entre las experiencias más populares se encuentran la clases VIP con tambores en vivo, donde el visitante aprende los pasos básicos, la coordinación entre cadera y pie, y la relación directa con el tambor. La clase suele durar alrededor de una hora y media, y cuesta entre 50 y 70 dólares, dependiendo del grupo y la temporada. No se necesita experiencia previa: basta con llevar ropa cómoda, agua y la disposición de escuchar. Hay opciones privadas y colectivas, algunas con músicos en vivo y otras acompañadas por cantos tradicionales. También existen recorridos culturales como Afro Caribbean Roots: Bomba and Flavors of Loíza, donde se combinan talleres de percusión, visitas a comunidades locales y degustaciones gastronómicas con platos como el mofongo o el bacalaíto.

Más allá del aprendizaje técnico, estas sesiones tienen algo de ritual. El visitante se deja envolver por el sonido grave de los tambores, por la brisa salada y el murmullo del Atlántico. Al bailar, siente una conexión física con el entorno, un alivio emocional que muchos describen como una forma de “limpiar el espíritu”. En Loíza, la bomba se baila para sanar. Por eso, los maestros insisten en que no se trata de copiar pasos, sino de dejar que el cuerpo hable. “El tambor responde al alma, no al oído”, comenta Osorio.

Detrás de este renacer hay familias y colectivos que han preservado la tradición por generaciones. Los originarios de Loíza, principalmente, son considerados guardianes del género; mientras que la familia Cepeda, en San Juan, llevan más de un siglo transmitiendo el conocimiento del tambor. En los últimos años, la bomba ha encontrado nuevos caminos: jóvenes artistas la fusionan con hip hop, jazz, salsa o trap latino, y grupos contemporáneos la incorporan a festivales de música alternativa. Sin embargo, el respeto por la raíz es innegociable: cada golpe de tambor evoca el legado africano que ayudó a construir la identidad puertorriqueña.

Fotos: Discover Puerto Rico
Fotos: Discover Puerto Rico


Es de la gente

La bomba ha sobrevivido porque pertenece al pueblo. Ni los cambios sociales, ni el paso del tiempo, ni la influencia de la música global han logrado desplazarla. Al contrario: hoy es un símbolo de resistencia y de orgullo cultural. En un momento en que el turismo busca experiencias auténticas, la bomba ofrece algo más que espectáculo: ofrece pertenencia en un país que, aunque cambie el ritmo, nunca deja de bailar.


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Cristóbal Sandoval
  • Cristóbal Sandoval
  • cristobal.sandoval@milenio.com
  • Periodista especializado en estilo de vida y coeditor del suplemento Chic Style. Apasionado de la lectura, los viajes, la gastronomía y la arquitectura. Amante de mostrar el lado humano de los personajes y contar esas historias que pocos conocen.
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