Antes de las baladas de terciopelo, George Michael era Georgios Kyriacos Panayiotou, hijo de un restaurantero chipriota criado en Londres, con una obsesión por la música que le brotaba por los poros. En 1981 formó Wham! junto a su amigo de la adolescencia, Andrew Ridgeley, y se lanzaron al universo pop como dos chicos buenos con ganchos bailables y sonrisas patrocinadas por la MTV.
Michael no nació para ser “solo” una estrella: nació para controlar el sonido de una época. En los ochenta, cuando el pop todavía se debatía entre lo desechable y lo grandilocuente, él ya entendía algo clave: una canción podía ser pegajosa y emocionalmente compleja sin pedir disculpas.
Su talento no estaba únicamente en la voz —que era impecable— sino en la lectura cultural del momento. George sabía exactamente qué quería la gente… y también cuándo empezar a incomodarla.
Pero George siempre fue más que una estrella para adolescentes. Desde temprano demostró que detrás del spandex y los brincos había un músico con ambición seria. Wham! fue la plataforma, pero él ya estaba apuntando más alto: a los charts, a los Grammy, a la posteridad… porque hace 9 años partió en Navidad.
El chico que hizo de Wham! un grito pop con coreografía
Wham! fue un misil perfectamente calculado: colores brillantes, shorts imposibles, sonrisas coreografiadas y un pop tan inmediato que parecía sencillo. Pero no lo era.
Detrás del dúo estaba George, componiendo, produciendo y afinando cada decisión creativa. Andrew Ridgeley era el contrapunto ideal en imagen, pero el desequilibrio creativo empezó a pesar. Wham! funcionaba como marca global, pero para George se volvió una jaula estética: demasiado ligera para alguien que ya estaba pensando en sombras, deseo y contradicciones.
La ruptura de Wham! no fue escandalosa, fue incómoda. George quería crecer hacia adentro; el proyecto pedía mantenerse hacia afuera. No hubo villanos claros, solo una diferencia brutal de ambición creativa.
Separarse fue aceptar que el éxito compartido también puede convertirse en freno cuando uno de los dos ya está pensando en otra música, otra imagen, otro peso emocional.
Careless Whisper: el sax que cambió la balada pop y su carrera
Careless Whisper no es solo una canción: es un antes y un después en la balada contemporánea.
George la escribió con apenas 17 años, mientras viajaba en autobús, y aunque compartió autoría con Ridgeley, la canción fue toda suya. De hecho, la grabó en solitario, sin el nombre de Wham!, y ahí empezó la verdadera ruptura creativa del dúo.
Ese saxofón inicial —reconocible en segundos— no adorna la canción, la define. George la escribió siendo muy joven, y aun así logró capturar algo adulto: la culpa, la infidelidad, el silencio incómodo después del error. No era un tema para adolescentes, pero los adolescentes lo entendieron igual. Ahí quedó claro que George Michael no estaba jugando al pop: lo estaba refinando.
Años después, él mismo dijo: "Nunca volví a sentirme tan inseguro como cuando escribí esa canción... pero es mía, completamente."
Careless Whisper no sólo fue un hit, fue su primer paso fuera del molde, su primer movimiento hacia un territorio más personal, más adulto, más vulnerable.
Después de Wham!, George Michael se convirtió en lo que siempre quiso ser: un artista con control total. Pero esa libertad vino acompañada de excesos, batallas legales, conflictos con la industria y una relación compleja con la fama.
No quiso ser una figura limpia ni cómoda. Defendió su derecho a desaparecer, a equivocarse, a vivir fuera del personaje que el pop había construido para él.
El estilo de George Michael: vestir el control sin pedir permiso
George Michael entendió la moda como una extensión directa de su discurso emocional y de poder. Su imagen nunca fue caótica ni excesiva: era precisa. Trajes amplios, siluetas limpias, cuero negro, denim oscuro, camisas abiertas solo lo necesario. Cada prenda parecía colocada para decir “sé exactamente quién soy” sin tener que explicarlo.
En los ochenta y noventa, cuando el pop masculino oscilaba entre lo hiperperformativo y lo abiertamente ornamental, George eligió otra vía. Levi’s 501 perfectamente gastados, camisetas blancas sin logo, chamarras de cuero tipo biker —más actitud que tendencia— y botas sólidas, funcionales.
Nada parecía nuevo, todo parecía correcto. Esa normalidad cuidadosamente curada era parte del mensaje: el sex appeal no estaba en el exceso, sino en la contención. El cuerpo no se exhibía, se insinuaba.
Cuando optaba por el traje, lo hacía desde una masculinidad relajada pero dominante. Armani y Versace aparecieron en su guardarropa como herramientas de estructura: hombros definidos, caída amplia, colores sobrios. No buscaba el cuerpo perfecto, sino la presencia.
Las gafas de sol —frecuentemente Ray-Ban— funcionaban como un gesto clave: una barrera elegante entre él y el mundo. Miraba sin ser completamente accesible. Siempre un paso atrás, siempre en control.
Lo más relevante de su estilo no fue lo que usó, sino lo que evitó. George Michael nunca cayó en el disfraz, nunca se explicó a través de la ropa.
En una cultura que empezaba a confundir visibilidad con poder, él eligió la distancia como gesto estético. Vestía como alguien que sabía que la verdadera seguridad no está en mostrarse, sino en decidir cuánto mostrar. Y eso, incluso hoy, sigue siendo profundamente moderno.
Una estrella sin molde, un ídolo con secretos
George Michael fue más que baladas y blazers. Fue un artista que rompió esquemas, que se atrevió a salir del clóset cuando el mundo aún no sabía qué hacer con eso, que transformó escándalos en banderas de resistencia y errores en himnos.
Tuvo pleitos con discográficas, detenciones públicas, momentos oscuros… pero también una voz que cruzaba géneros, una capacidad de componer devastadora y un magnetismo que ni la industria pudo controlar.
Le costó años reconciliarse con su imagen pública, pero nunca bajó el nivel musical. Álbumes como Faith, Listen Without Prejudice Vol. 1 o Older son prueba de eso: sofisticados, personales, sin concesiones.
"Last Christmas": el hit eterno que volvió a doler en Nochebuena
Last Christmas salió en 1984, con un video en chalets nevados, copitos falsos y un triángulo amoroso muy ochentero. Aunque fue parte del repertorio de Wham!, era un tema totalmente Michael: nostálgico, estilizado, melancólicamente perfecto.
La canción que forma parte del trabajo en conjunto de Wham!, ha sido coreada hasta la saciedad por distintos grupos a lo largo del tiempo.
Artistas como Crazy Frog, Billie Piper, Taylor Swift, Ariana Grande, Rosé de Blackpink y Sabrina Carpenter han hecho lo propio con su voz, pero sabemos perfectamente que esa nostalgia de ver al amor de tu vida con alguien más mientras partes un poco de lomo con salsa agridulce es única de la voz de George Michael.
Pero lo irónico —y doloroso— es que George Michael murió un 25 de diciembre, en 2016, solo en su casa de Goring-on-Thames. Tenía 53 años. Desde entonces, esa canción adquirió otro nivel: ya no era solo una historia de corazones rotos en invierno, sino una despedida envuelta en campanitas pop.
George Michael: el hombre que convirtió el dolor en pop elegante
George Michael fue una contradicción luminosa. Fue estrella de pósters y baladista dolido. Fue Wham! y fue “Freedom! ‘90”. Fue provocador y fue vulnerable. Y al final, fue un hombre que peleó por su libertad, por su música y por su derecho a ser él mismo —en una industria que primero lo convirtió en ídolo y luego trató de reducirlo a cliché.
Murió el día de Navidad, como si su vida hubiera sido escrita por un guionista con sentido del drama. Pero lo que queda es más fuerte: una voz que sigue doliendo bonito, una estética que todavía se cita, un repertorio que no se agota.
George Michael no fue solo un ícono pop. Fue uno de los pocos capaces de convertir el dolor en elegancia sonora que todos los diciembres vuelve de la tumba aunque sea por tres minutos y medio.
PD: Gracias, George Michael, por la música, el estilo y la forma de decirlo todo sin explicarlo. Tus canciones me salvaron más de una vez y hoy conviven, sin jerarquías con: Oasis, Blur, Franz Ferdinand y The Notorious B.I.G; en una playlist que sigue creciendo.
Hasta la próxima (...) Aquí su amistoso vecino cantando “I'm never gonna dance again…The way I danced with you, oh”