Cuando Ernesto Contreras recibió la invitación de Netflix para dirigir El último vagón, la adaptación cinematográfica de la novela de Ángeles Doñate, no dudó ni por un segundo en aceptar el proyecto, tenía la intención de rendir un tributo al magisterio mexicano, pues su madre entregó parte de su vida a la docencia. Y por supuesto que Adriana Barraza, la profesora de actuación por excelencia, “tenía que ser la protagonista de esta historia”.
“Desde que comenzamos la escritura del guion con Javier Peñaloza pensé de inmediato en mi mamá (Margarita), ella fue maestra por 40 años y desde ese primer momento con el guion quise hacer un homenaje a todos los maestros de este país. La novela plantea de origen a un maestro, y para mí era un sueño sumar a Adriana Barraza al proyecto y así es como procedimos con la historia”, dijo Ernesto Contreras.
El último vagón narra la historia de Ikal, un niño que, junto a su familia, vive en un vagón de ferrocarril que viaja por todo el país, hasta que su padre, el encargado de la reparación de las vías del tren, decide establecerse en un pueblo, donde Ikal encuentra amigos y a una maestra (Barraza) que le cambia la vida.
“Es una hermosa historia sobre el sentido de pertenencia, la amistad y la familia; cuando recibí la invitación de Ernesto, leí el guion de inmediato; cuando llegué a la última página lloré, qué hermosa manera de hablar de los maestros”, comentó Barraza.
Una maestra
Este nivel de conexión con su personaje no es casual, Barraza lleva medio siglo como docente en la actuación; la maestra Georgina se convirtió en un personaje que “me flechó el corazón hacer este personaje, una maestra rural que tiene que trabajar de manera tan precaria; fue increíble, porque con su bondad y su mirada te cambia la vida, me conmovió mucho, al grado de recordar a esos maestros que me cambiaron la vida”.
De acuerdo con la actriz, Lolita, su maestra de segundo año, se convirtió en un referente para crear el arco dramático de su personaje. “El último vagón es en sí una carta de amor a la docencia, una metáfora de cómo el compartir conocimientos se puede convertir en un viaje vivencial en el que los niños construyen esos cimientos para el resto de sus vidas”, dijo.
