Mientras el siglo XX se cerraba entre crisis internacionales y cicatrices recientes –Vietnam, el conflicto en Irlanda del Norte, la tensión nuclear de la Guerra Fría–, la música popular se convirtió en altavoz y refugio. Este texto recorre, con nostalgia informada, algunos de los himnos antibélicos más potentes de los años setenta y ochenta, y el fondo histórico que los hizo necesarios.
“War” - Edwin Starr (1970) - Una de las declaraciones más directas: “War, what is it good for? / Absolutely nothing”. La versión de Edwin Starr convirtió en soul furioso una canción escrita originalmente para The Temptations y alcanzó el número uno en 1970. Su fuerza radica en la simplicidad del mensaje y en la urgencia vocal: era la voz negra de Estados Unidos exigiendo que la retórica bélica dejara de vestir de honor lo que para muchos fue mortandad y trauma. La grabación y su éxito se produjeron en un momento en que la oposición pública a la Guerra de Vietnam era ya masiva y culturalmente central.
“Imagine” - John Lennon (1971) - Más himno utópico que protesta directa, “Imagine” plantea la ausencia de fronteras, religiones y posesiones como condición para la paz. Enmarcada en la militancia pública de Lennon con Yoko Ono –entre campañas, bed-ins y confrontaciones con la administración Nixon—, la canción se transformó en un estándar global: sencilla en la forma, monumental en la idea. Su recepción refleja cómo la protesta puede tomar la forma del sueño colectivo.
“Goodnight Saigon” - Billy Joel (1982) - A comienzos de los ochenta, cuando la herida vietnamita aún dolía, Billy Joel lanzó un relato coral de marines jóvenes atrapados en la guerra: entrenamiento, camaradería, miedo y retorno a una patria que ya no entiende. La canción evita consignas fáciles; opta por la crónica íntima y la memoria compartida, y por ello se lee –y se escucha– como una pequeña novela sonora sobre la experiencia del combatiente. Críticos y públicos la recibieron como una de las piezas más sobrias sobre Vietnam en el pop mainstream.
“Sunday bloody sunday” - U2 (1983) - Procedente de Irlanda del Norte, U2 tradujo en rock la estampa de la violencia civil. “Sunday bloody sunday” habla desde el asombro y la condena: describe el horror de presenciar la masacre de manifestantes en Derry (1972) y, con un pulso militar en la batería y guitarras afiladas, reclamó la imposibilidad de neutralizar la política con violencia. Fue, para muchos, la canción que convirtió la fricción regional en un símbolo internacional del rechazo a la represión estatal.
“99 luftballons” - Nena (1983) - La Guerra Fría dejó su marca en lugares concretos: Berlín fue uno de ellos. La canción de Nena nace de una imagen –globos rojos sobre el muro– que se transforma en pesadilla: un malentendido que desencadena una escalada militar y, finalmente, la devastación. Su melodía pegadiza oculta un argumento sombrío: la fragilidad de la paz ante la paranoia armada. El éxito internacional de la versión en alemán (y su adaptación al inglés) demostró que la angustia nuclear resonaba más allá del idioma.
“Brothers in arms” - Dire Straits (1985) - Mark Knopfler entregó una balada que conjuga belleza y desolación: camaradería entre soldados, reproche a la guerra moderna y la sensación de que los conflictos dejan poco más que eco. El álbum homónimo –uno de los más vendidos de los ochenta– y su título resumieron una mirada adulta: la guerra como maquinaria que desgasta la humanidad, no solo los territorios.
Un hilo común
Aún en estilos distintos –soul, rock, synth-pop, balada–, estas canciones comparten recursos: voces que cuentan desde la experiencia concreta (soldados, testigos), imágenes potentes (ruinas, globos, domingos sangrientos) y melodías que facilitan la memorización colectiva. Algunas son proclamas directas; otras, fábulas o confesiones. Todas contribuyeron a que la música no fuera mero entretenimiento, sino documento social: archivo sonoro de resistencias, miedos y deseos de paz.
¿Por qué importan hoy?
Escuchar estos temas en clave histórica permite entender cómo la cultura popular traduce crisis en símbolos perdurables. No solo son reliquias: funcionan como ventanas para las generaciones que no vivieron esos momentos y como recordatorio para quienes sí los vivieron. En tiempos donde nuevas tensiones reaparecen, su lección todavía es clara: la canción puede levantar la voz donde la diplomacia falla y la memoria colectiva suele comenzar con una melodía que todos tarareamos.
mrg