Un mes antes, la esquina de Viaducto y Cuauhtémoc era una fiesta. Los Diablos Rojos habían conquistado la corona y el Parque del Seguro Social era pura algarabía: gritos, banderas ondeando, cerveza derramada en las gradas. México entero celebraba el béisbol, la vida, la euforia.
Un mes después, el mismo lugar era un camposanto.
Enrique Burak no olvida lo que vio. El estacionamiento de Televisa convertido en depósito de ataúdes. El olor imposible: concreto colapsado mezclado con cuerpos en descomposición. El polvo pegado en la piel como segunda condena.
“En el segundo piso empezaron a llevar ataúdes. Fue algo terrible... un olor muy especial, entre construcción caída y cuerpos en descomposición”, recuerda.
La normalidad intentaba recomponerse a empujones: los noticieros regresaban, las telenovelas reaparecían, el futbol retomaba la liguilla. La vida imponiéndose, testaruda, sobre la muerte. Pero la cicatriz estaba fresca y honda.
Burak lo resume con brutal claridad:
“Eso fue el veintidós de agosto. Gran festejo, gran algarabía. Y, pues, quién se iba a imaginar que un mes después ese mismo lugar se iba a convertir en un sitio para colocar tantos ataúdes y que se volviera un espacio fúnebre”.
Los jardines del Parque, antes un diamante verde, fueron cubiertos con hielo. Encima, bolsas negras, nombres escritos a mano con plumón. Hombres y mujeres alineados sin voz, esperando un reconocimiento que muchas veces nunca llegó.
La cifra oficial hablaba de diez mil muertos. La realidad, dicen los testigos, duplicaba o triplicaba ese número.
Raúl Sarmiento, hijo de la colonia Roma, caminó con sus amigos hasta ahí. Iban buscando caras conocidas. Encontraron, en cambio, el infierno.
“Imagínense que está todo lleno de hielo. Era una cama enorme, todos los jardines, como un diamante helado. Y bolsas negras encima con nombres. Dabas el nombre, caminabas por los pasillos hacia los dog outs... el olor era insoportable, la descomposición total. Trataban de mantenerlos con hielo, pero muchos jamás fueron recuperados. Nosotros buscábamos a amigos del multifamiliar Juárez. Nunca los encontramos”.

Sarmiento aún tiembla cuando lo cuenta:
“Era escalofriante, de miedo, de terror. No es sólo ver muertos, es olerlos. Quedarte con ese olor por días. Es un golpe brutal a la razón. Septiembre de 1985 para mí es muy conflictivo, todavía lo cargo”.
El Parque del Seguro Social, que había sido un templo de la celebración, se volvió morgue improvisada. Del vitoreo al silencio. De la vida al duelo.
Ese estadio encarnó la dualidad de una ciudad que lloraba a miles, pero que, a pesar de todo, se resistía a dejar de respirar.
ZZM