La historia del arte está poblada de figuras cuya vida resulta tan fascinante como su obra. Tina Modotti es una de ellas. Fotógrafa, activista, actriz de cine mudo y musa involuntaria de su tiempo, su trayectoria se extiende más allá de las imágenes que capturó.
Es en ese cruce de biografía, mito y política donde se sitúa The Tiger’s Coat, proyecto curado por Rodrigo Ortiz Monasterio, actualmente expuesto en el Museo Jumex de la Ciudad de México, que toma su título de la cinta muda que Modotti protagonizó en Hollywood en 1920, como si la ficción temprana de su vida anunciara ya la tensión entre realidad y leyenda que la acompañaría siempre.
Nacida en Udine, Italia, Modotti emigró a Estados Unidos y luego llegó a México, país donde produciría gran parte de su obra fotográfica y donde entabló amistad con algunos de los artistas más influyentes de la época: Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Frida Kahlo o Nahui Olin. Olimpo del arte mexicano. Sus imágenes, cargadas de una sensibilidad política y estética a la vez, documentaron la transformación social del país posrevolucionario y, al mismo tiempo, ofrecieron un lenguaje visual que fundía lo íntimo con lo colectivo.
Pero Modotti fue también protagonista de una narrativa marcada por el exilio, la sospecha y la clandestinidad. En 1930, acosada por la represión anticomunista, fue expulsada de México. Años después regresó bajo una identidad falsa, como si el misterio se hubiera vuelto su segunda piel. Su biografía es, en cierto modo, un espejo de los dilemas del siglo XX: el compromiso político, la persecución ideológica, la tensión entre pertenencia y desarraigo, la terquedad del querer ser pese a la censura.
La exposición no se limita a mostrar fotografías. Reúne obras de artistas como Danh Vo, Edward Weston, Pati Hill y Rodrigo Hernández, además de documentos históricos y piezas contemporáneas que permiten leer a Modotti no solo como creadora, sino como figura de influencia, como nodo de conexiones estéticas y políticas que aún hoy siguen resonando.
Hablar de ella es hablar de un legado que desafía la linealidad: sus imágenes de trabajadores, de flores, de objetos cotidianos, no solo registran un tiempo, sino que inscriben una sensibilidad que se resiste al olvido. Entre el mito y la memoria, entre la política y la poesía, su obra y su vida recuerdan que el arte también es un campo de resistencia y de preguntas.
Tina Modotti, más allá de ser una fotógrafa, fue un relato en movimiento. Un relato que aún hoy continúa escribiéndose, y que nos obliga a pensar en el arte no como un registro pasivo del pasado, sino como un territorio donde la historia, la ficción y la vida se entrelazan en un mismo gesto.