La historia de Tiestes y Atreo la refieren con variantes Homero y los tres trágicos griegos (Esquilo, Sófocles y Eurípides), además de Platón y Apolodoro, y la heredan los autores latinos. Atreo y Tiestes son hermanos, descendientes de la maldita estirpe de Tántalo. Atreo, el padre de Agamenón y Menelao, estaba casado con Aérope; su hermano Tiestes la seduce y se hace su amante. Cuando Atreo se entera, en vez de estallar, calcula la peor venganza posible. Invita a Tiestes su hermano a un banquete y cuando ya ha comido y expresa su agradecimiento, Atreo le revela el contenido del guiso: Tiestes está comiendo la carne de sus propios hijos; mientras, por mofa, Atreo agita las cabezas y las manos de las víctimas. En ese momento, "el sol, horrorizado, retrocedió en su carrera", dice Eurípides. Así de escueto, claro, directo.
Incluso el más verboso de los tres trágicos griegos es parco. Su escritura depende de dos y la misma cosa: que el público entienda lo dicho en el escenario y que la escritura reproduzca la fuerza del habla.
La vida política griega tenía la misma intención en el lenguaje: hablar bien, aducir razones, convencer. A eso llamaban democracia. Pero la lengua llana y las formas directas no sobreviven cuando las formas del Estado se vuelven burocráticas. Por ejemplo, cuenta Tácito de cuando Nerón pronunció el elogio fúnebre de Claudio, su antecesor. De pronto, "no hubo quien pudiese templar la risa, a pesar del mucho artificio con que Séneca compuso aquella oración, habiendo poseído aquel gran hombre un ingenio apacible y acomodado a los oídos de aquel tiempo". Por cierto que los viejos notaban "que Nerón fue el primero entre los emperadores que hubo menester valerse de elocuencia ajena".
Y no es que Séneca sea un autor de risa, en lo más mínimo. Pero su escritura es complejísima, elegantísima y de una cultura enorme, que lo vuelve un autor difícil, no apto para el escucha sencillo. Escribió varias tragedias, notables por su poder literario, pero imposibles de representar incluso en sus propios días. Intentó la misma escena repugnante en su obra Tiestes. Me ahorro las descripciones morbosas del arte culinario con los restos de los sobrinos. Sin embargo, aquella misma imagen, del sol que invierte su curso ante lo insoportable del acto, en Séneca se convierte en esto: "Aunque haya girado su carro el propio Titán, siguiendo un camino opuesto a sí mismo, y con tinieblas desconocidas cubra la repugnante fechoría una pesada noche enviada desde el orto a destiempo, sin embargo aquélla ha de ser vista. Todos los males se harán patentes" (en versión de Germán Viveros).
Apuesto a que nuestras formas jurídicas, retacadas de trámites y jergas leguleyas e instancias tribunalicias, hacen con la democracia lo mismo que Séneca con aquel verso de Eurípides. La jerigonza leguleya y sus burocracias alargan el horror con retruécanos y morbo. Cuando se aleja el habla llana, y su escritura, de las formas de convivencia social y política, y se le corrompe con discursos impostados y formalismos irremontables, no topamos ya con una crisis sino con la decadencia. Las crisis, por definición, se resuelven; la decadencia se instala por siglos hasta que la barbarie gana.