El pianista suizo-canadiense Teo Gheorghiu (Männerdorf, 1992) se considera un poeta de la música y frente al instrumento, como extensión de sí, se impone como reto una conexión máxima con el público.
“El poder de la música está en su abstracción”, expone a MILENIO en vísperas de su debut en México el próximo sábado 20 de septiembre, a las 19:00 horas, en la edición 28 del Festival Internacional de Piano En Blanco y Negro, que se lleva a cabo en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes.

¿Quién es Teo Gheorghiu?
Artista con seis álbumes en sellos como Deutsche Grammophon o Sony Classical y con presentaciones con orquestas como la Royal Philharmonic Orchestra, la gentileza, cordialidad y simpatía de Gheorghiu tienen hondas raíces en la cultura rumana que heredó de sus padres —exiliados políticos en Suiza en los 80 por la dictadura comunista de Nicolae Ceaușescu— y que sólo pudo conocer gracias a la música.
Toca el piano desde los cinco años de edad, a los 12 ya había ganado el primer premio de la International San Marino Piano Competition 2004 y dos años más tarde protagonizó la película Vitus (2006), del suizo Fredi. M. Murer, con el actor alemán leyenda Bruno Ganz (Das Himmel über Berlin, Wenders).
En una plática en la que promete traer ejemplares de su álbum de 2022 Roots, que incluye piezas de compositores rumanos, e ir a comer tacos en Ciudad de México, Gheorghiu confiesa su debilidad por el repertorio romántico y su afinidad con Ludwig van Beethoven al justificar el programa de su concierto.
El sábado, el público escuchará a Gheorghiu interpretar Tres intermezzi, opus 117, de Johannes Brahms; Zwielicht y Kinderszenen, de Robert Schumann; Sonata, opus 109, de Beethoven; À l'unisson du ciel, del suizo Olivier Lattion, para cerrar el recital con otro romántico: Franz Liszt y su Vallée d'Obermann.
Además, el viernes 19 de septiembre, a las 13:00 horas, Gheorghiu ofrecerá una master class en la Escuela Superior de Música, contigua al auditorio Blas Galindo; y el lunes 22, a las 18:00 horas, tendrá otro recital, pero en el Palacio Legislativo de San Lázaro, porque por primera vez en 28 ediciones En Blanco y Negro también se está presentado en la Cámara de Diputados con entrada libre (puerta 1).

Apasionado del romanticismo
“Tengo una debilidad por el repertorio romántico y puedo identificarme realmente con el movimiento romántico. Y puedo decir que soy alguien como aquellos compositores: soy muy apasionado de la música, aunque ningún showman o un clown, no me antepongo a ella. Trato de llevar la música a la gente para que pueda sentirla. Si te gusta ponerlo así, soy un poeta de la música”, comenta Gheorghiu.
Y sí, sus grabaciones Beethoven & Schumann Piano Concertos (Deutsche Grammophon, 2025) y Schubert-Liszt Exursions (Sony Classical, 2025), agotadas ya, hablan de la pasión romántica de este pianista que pedalea por Europa en bicicleta, gracias a lo cual en un viaje que lo llevó de Inglaterra a Francia y a España se conectó con la poesía de Federico García Lorca y grabó Duende (Claves, 2020), con obras de Enrique Granados, Isaac Albéniz, Manuel de Falla, Claude Debussy y Maurice Ravel.
Emocionado por venir por primera vez a México, cuenta que tiene muchos amigos en el ambiente musical que han venido a tocar a diferentes regiones y escenarios del país y le contaron experiencias.
“Todos, sin excepción, me han hablado de la calidez de la gente y de su entusiasmo y su pasión por la música. Así que me emociona mucho venir a tocar. También es la oportunidad de ver la naturaleza. Estoy contento de poder ver Ciudad de México, tal vez probar la comida, conocer gente”, dice.
Reivindica al Festival En Blanco y Negro como una gran oportunidad para los pianistas invitados a él.
“Es una ocasión maravillosa de tocar para cualquier pianista; muestra una gran variedad de repertorios. Quiero experimentar esa increíble atmósfera de la que mis colegas me han hablado. Quiero descubrir la sala Blas Galindo, su acústica, el piano. He visto fotos en redes sociales de pianistas que han tocado allí y se ve hermoso”, añade el ganador más joven del Anillo Beethoven del Festival Beethoven de Bonn.
—¿Por qué en un programa de compositores románticos incluyó a un contemporáneo, Lattion?
—Porque À l'unisson du ciel se integra muy bien. Lattion compone de manera muy armoniosa, hay un verdadero equilibrio entre lo consontante y lo disonante. Y sirve de un maravilloso puente entre Beethoven y Liszt en la segunda parte. Conozco al compositor personalmente, es un aliado musical y un amigo. Estoy seguro de convencer a todos de que, en un repertorio romántico, es completamente legítimo incluir su obra À l'unisson du ciel, y, lo más importante: que funciona muy bien musicalmente.
—Es usted muy joven, pero debutó en los conciertos de piano desde niño. La tecnología le da ahora la oportunidad de ver videos suyos de aquellas épocas, además está su película Vitus. ¿Qué ve el Teo Gheorghiu actual en esas grabaciones de cuando era niño y adolescente?
—Sí, tengo la oportunidad, pero, si soy honesto, no la uso. Se siente como que es una vida diferente. Por supuesto, estuve muy conectado a la música, fui muy afortunado de tener buenos maestros, pero también era tan joven que no siento que haya encontrado una voz, mi propia voz. Es casi una experiencia esquizofrénica: sí, soy yo, pero no lo soy al mismo tiempo. Es un poco loco pensar que sólo tengo 33 años pero he estado en el escenario por casi 20.

Vitus, la película que protagonizó
—Vitus trata la historia de un niño prodigio del piano. ¿Se sintió conectado con el personaje?
—No directamente. Este filme es una reflexión de lo que era el sueño de niño del director (Fredi. M. Murer); quería hacer una película sobre este periodo dorado, entre los 5 y los 12 años de una persona, en el que no hay fronteras, los niños están soñando, los horizontes son infinitos y todo es posible. Él mismo quería convertirse en un pianista, pero por alguna razón no pudo. Así es como surgió el personaje. Cuando estaba en el escenario, durante dos meses, he intentado convertirme en él; en aquella época si hubo una conexión muy fuerte para el filme, pero somos dos personas bastante diferentes.
—Si hiciera hoy una biopic de algún pianista o compositor, vivo o muerto, ¿a quién elegiría?
—Probablemente Beethoven. Me he identificado con su música desde el principio. Es un personaje fascinante, un gran rol para actuar. Pero, una discrepancia: no podría interpretarlo bien, no soy actor; fui actor en la época en la que todo es posible: la infancia. Si pudiera actuar, haría a Beethoven.
—Al estilo de Sviatoslav Richter se le ha definido como “metafísico”. ¿Cuál es el suyo al piano?
—Me alegra que menciones a Sviatoslav Richter, porque es mi ídolo, precisamente porque logró crear una conexión entre el público y la música directamente, sin interferir él como personalidad, en la relación con el instrumento. Esto es algo que también intento hacer. Richter tenía una gran personalidad, pero que siempre estuvo al servicio de la música. Si me miras tocar, no me muevo mucho, todo es con el objetivo de traer la expresión máxima al público, que sea lo máximo posible.
—¿Cuál ha sido su mayor logro en estos 20 años en los escenarios?
—Trato de no mirar hacia atrás, busco pensar el momento. Pero, al menos recientemente, diría que tocar el Segundo concierto para piano de Brahms por primera vez, hace casi año y medio. Tal vez porque crecí con esa música y fue finalmente el soundtrack de mis primeros años. Nunca lo había tocado y finalmente recibí la oportunidad. Me conmovió mucho todo ese proyecto. Pasé nueve meses preparándolo. Por supuesto, es un gran concierto, una sinfonía real de 50 minutos. Y debes tener una idea exacta de lo que quieres, pero también la orquesta y el director. Y fue un viaje realmente hermoso. No sé si estoy orgulloso, pero estoy muy contento de haber vivido ese momento.
El recuerdo que quiere dejar en México
—¿Qué pasa al sentarse al piano en el escenario? ¿Qué reto se plantea en ese justo instante?
—Cuando estoy en el piano, incluso si me ha dado nervios antes, de inmediato me siento mejor. El piano es una extensión de mí mismo. Y el desafío siempre es encontrar la conexión con las personas presentes en el concierto. A veces funciona mejor que otras. Pero este siempre ha sido el desafío principal en el que me he centrado, en convertir un mensaje, no voy a decir que un mensaje en detalle, porque el poder de la música está en su abstracción. Lo que siento fuertemente es que las expresiones de la música pueden ser recibidas igualmente fuertes pero de una manera muy distinta. Creo que ese siempre es el desafío. Y, en un nivel más egotístico, hacer justicia a todo el trabajo que puse en ello.
—Es suizo-canadiense y hace rato hablaba de no tener fronteras. Grabó hace poco su álbum Roots, que incluye la Rapsodia rumana número 1, de George Enescu, y las Danzas folclóricas rumanas, de Béla Bartók. ¿Cómo es que decidió buscar sus raíces rumanas?
—Quizás se relaciona un poco con tu pregunta anterior. Durante toda mi vida, como dije antes, no me he centrado mucho en el recuerdo. Pero desde que mi padre murió, tuve un gran deseo de reconectar con mis raíces, algo que nunca realmente hice. Quizás un poco de contexto sería útil. Soy rumano. Hay muchos romanos en el mundo, fuera de Rumania, principalmente por razones políticas. Nací en Suiza. Mi mamá todavía no ha vuelto a Rumania. Mi padre, al final de su vida, empezó a volver. Y fue a través de mi padre que tuve la mayor exposición a la historia de mi familia. Él también escribió algunos libros sobre su nacimiento, sus parientes, la vida en Rumania. Cuando murió, comencé a leer esos libros, a encontrar parientes que ni siquiera sabía que tenía. Fui en bicicleta hasta el medio de ningún lugar en Rumania, al que era imposible llegar en transporte, salvo con un pequeño tren. Ahí conocí a mis parientes por primera vez y pasé tiempo con ellos. Fue una revelación para mí, pero también sentí que siempre los conocía. Me sentí tan natural. Y también aprendí a ver el valor en mirar atrás.
—¿Y cuál fue tu hallazgo musical al buscar sus raíces rumanas?
—Especialmente, el viaje me ayudó a investigar más en Béla Bartók. Estaba muy interesado en los elementos folclóricos, en general, no solo en la música rumana, sino en todos los estilos tradicionales. Fue una atracción natural hacia Bartók y las danzas rumanas. Por ejemplo, la rapsodia de Enescu que grabé está basada en siete canciones folclóricas. Es una especie de medley, muy demandante técnicamente. Aprendí mucho musicalmente, fui tan profundo como pude con el repertorio, por supuesto, investigué. Este proyecto me ayudó mucho a nivel humano; a través de la reconexión con la familia y de saber un poco más de dónde vengo, me ayudó mucho a entenderme mejor.
—¿Y escribe libros como otros pianistas famosos, Alfred Brendel, Daniel Barenboim?
—No, escribo los libritos para mis álbumes. Eso es todo. Ahí termino como escritor. Para mí es un gran desafío encontrar las palabras para hablar de música, porque para mí la música es la lengua más natural. No soy escritor, sólo me gusta dar un poco más de contexto sobre cómo fue creado el álbum.
—Después de sus presentaciones en México ¿cómo le gustaría que lo recordara el público?
—Espero no solo ser recordado, sino que la gente quiera que vuelva. Pero, quizás, que me recordaran como alguien que estaba ahí en el momento y fue muy generoso en compartir la riqueza de la música.
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