El poeta, dijo Mallarmé, tiene como misión "dar un sentido más puro a las palabras de la tribu". En el griego original, poeta es quien genera, produce y crea cualquier cosa, no solo versos. Resulta que casi no es posible hablar sin crear la lengua que se habla. Dije: casi.
Es verdad que los usos repetitivos dan la idea de una lengua amojamada o de un habla que ha dejado de pensar. Quienes hablan con fórmulas repetitivas, quienes siguen un guión que no se han puesto a pensar (desde las insufribles llamadas de los call centers y la gente de marketing, hasta los insoportables discursos de una clase política en la indigencia intelectual y moral, pasando por los medios masivos) matan la lengua que hablamos; no porque lo hagan de modo incorrecto sino porque borran el nexo primordial del habla.
Todos aprendemos a hablar por un proceso mimético muy complejo, incluso paradójico: la imitación funciona solamente cuando deja de imitar. La mímesis requiere procesos cognitivos muy complejos: imitar un sonido no es tan difícil; imitar un gesto parece fácil pero implica una gran complejidad; imitar un movimiento es mucho más difícil.
En el caso del lenguaje, peor. Tomo un ejemplo de Jean Piaget, por su sorprendente claridad: cuando un niño dice "yo cabo", o "yo sabo"... muestra un proceso increíblemente complejo y exitoso: está diciendo algo que jamás ha oído: nadie habla así y, sin embargo, el niño aplica una regla común (distingue patrones, modos, reglas) y produce una forma regular, correcta racionalmente (aún no sabe que hay verbos irregulares). Esos errores son un triunfo de la inteligencia. Pero algo más: quien habla, está creando. No repite porque no hay a quién repetir cuando dice "sabo": crea. Es decir: el lenguaje ya está presente todo, como estructura, como potencia y como acto. Hablar no es una imitación sino un acto creativo. No solo se crea, y recrea, lenguaje: se crea la persona.
Por eso, no entiendo el proceso actual de nuestros novísimos artefactos. No me interesa tanto constatar que la educación es un fiasco y que ya nadie puede escribir un tolerable español. Los yerros y las metidas de patas son cosa de mortales y se pueden corregir. Pero la herramienta con que el habla se fija y extiende, es decir, las formas de escritura, lidian hoy con algo muy raro.
Originalmente, la escritura daba sostén al discurso de la ley (en sus dos vertientes: establecía lo jurídico y el poder) e inventaba por igual la corrección y el yerro. "Orden" es sustantivo que puede llevar los dos géneros: "el orden", "la orden". Pero esta marejada de chisguetes con palabras truncas, dibujitos emoji, y desvergüenza con los signos que extienden nuestra habla —¿o soy necio en creerlo?— convierten nuestros artefactos, ya no en una forma de dar vida a nuestra lengua vulgar, sino en una reduplicación tecnológica (porque no reproducen habla sino escritura) que enturbia el sentido y mata dos veces el habla. Mi temor: que la zarandaja del WhatsApp se convierta en "orden".