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[Semáforo] Quizá Proudhon

Los artesanos se transforman en obreros y, ante la uniformidad de los procesos, cambia la relación con el conocimiento y el saber.

La producción industrial en serie aparece en el tardío siglo XVIII (los libros de imprenta son precursores). Muchas veces lo mismo, igual, repetido: tazas, jarros, ropa, y las actividades cotidianas también tienden a igualarse: cocinar y comer, lavarse y vestirse. Al mismo tiempo estaba surgiendo el Estado Nación, que arrimaba nuevas series de iguales: el ciudadano borra los fueros y castas; el trámite mecaniza los permisos. La burocracia estatal es el equivalente de la producción industrial. Los artesanos se transforman en obreros y, ante la uniformidad de los procesos, cambia la relación con el conocimiento y el saber. La instrucción pasa a llamarse educación (es notable el cambio de nombre en los ministerios anteriores y posteriores a los procesos revolucionarios) y también se uniforma, sacada ya del ámbito familiar, comunitario y entregada al Estado.

El uso de las cosas y los objetos (esa relación activa y corporal con un conocimiento) se vacía y despersonaliza; el trabajo también. No son lo mismo el alfarero, ebanista, herrero, que la masa obrera. Adam Smith quería un Estado que no interviniera en la economía, que se regularía solo de modo justo; Marx, con su obsesión alemana y romántica por el poder, pretendía una apoteosis estatal; Proudhon quería revertir el efecto de la mercancía y del Estado por vía de la cooperación. Nadie le hizo caso. Pasamos dos siglos en que los más fueron pasados por el mismo rasero, con la misma pinta y las mismas cosas; los ricos, tratando de distinguirse: ropa a la medida, objetos únicos.

La herramienta de nuestro siglo es diferente. Sigue la búsqueda del producto distinguido (teléfono, computadora, que son cosas iguales, pintadas de colores), pero el hardware es bagatela ante el verdadero diferencial: el software. En primera instancia, parece otra forma de igualar, pero la revolución tecnológica no era de aparatos sino de acceso, producción y transformación de información y conocimiento. La cantidad de recursos y saberes gratuitos o compartidos es motivo de entusiasmo.

Nos quejamos amargamente del fracaso de los socialismos y, luego, del capitalismo salvaje. Como si las opciones se hubieran agotado, cuando bien podemos observar con optimismo ciertos cambios. Por ejemplo —porque las ropas no son frivolidad sino signos del tiempo— que las nuevas modas de jóvenes ya no dependen de la fruición mercantil —las etiquetas, escuditos, marcas se vuelven distinciones chabacanas— sino de la elección de carácter: pelo facial, colores de cabello, marcas en la piel. Al tiempo que los chavos revierten (poco a poco) la adoración de la mercancía, estrenan su propio cuerpo como ejercicio de distinción, de identidad y eligen causas; es decir, vinculan una parte de sí mismos con cosas y acciones que juzgan valiosas, desde la protección de gatitos y perritos hasta la defensoría de los derechos humanos o el derrocamiento de un gobierno corrupto. Es elección no de mercancías sino de persona; presencia propia y no en las cosas. Ya no es la lógica de los socialismos y capitalismos. Ni Smith, ni Marx. Quizá Proudhon, el olvidado. Ojalá.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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