Para pensar sobre lo útil y lo honrado, Michel de Montaigne habla de su honradez al escribir: "háblole al papel como hablo al primero que me encuentro". En el Diálogo sobre la lengua, Juan de Valdés sigue la exigencia de su fuero interno: "para deziros la verdad, muy pocas cosas observo, porque el estilo que tengo me es natural, y sin afetación ninguna escrivo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que sinifiquen bien lo que quiero dezir, y dígolo quanto más llanamente me es possible, porque a mi parecer en ninguna lengua sta bien el afetación".
Ni Montaigne ni Valdés se daban cuenta de que habían sido tomados por una tecnología, que parece un modo de hablar, pero no lo es. La verdad es que pensamos a saltitos, entre distintas cosas y distintas voces: casi siempre sucede como si alguien nos hablara, como si escucháramos. Desechamos unas pocas ideas en formación, mucho bagazo y conservamos lo que parece hacer sentido. Los puristas dicen que, en español, lo correcto es decir que algo "tiene sentido", y no que "hace sentido", como en inglés, donde las ideas "make sense"; la verdad es que pensar es mucho más algo que se va haciendo, con flujo o dando tumbos, y no el encontronazo con unas sensateces ya hechas, como quien topa con piedras o ramas. Importa poco que sea anglicismo si, primero, es correcta gramática y, segundo, si resulta mejor descripción del proceso de pensar. Quizá las cosas tienen sentido, pero las ideas lo hacen, y escribir es desbrozar los garabatos y dejar el signo.
Valdés y Montaigne son hombres del Renacimiento. Es decir, asistían al despertar de una era que fomentaba —con sus miedos, persecuciones y restricciones— la actividad civil y liberal de las letras, las lenguas vulgares y la expresividad de la persona sin requerir arbitraje de una autoridad superior. Escribían una prosa admirable, limpia y fluida, pero es un puro dislate suponer que hablaran del mismo modo. Pero lo creían. Insisten en que escriben esa prosa llana porque quieren reproducir la honradez del pensamiento. Y en algo aciertan. Pongo un ejemplo de otro orden. Si se le pide a alguien que multiplique dos dígitos, 7 x 8, digamos, no tarda en responder: "56"; pero si le pedimos que haga lo mismo con dos números en el orden de las centenas, o los miles (633 x 511), lo más probable es que recurra a lápiz y papel, o a distintos juegos con dedos y nudillos (y hay quien pide dedos prestados). ¿Quiere decir que no sabe? No: quiere decir que el pensamiento es capaz de incorporar herramientas para ensancharse o llegar más lejos, sin dejar de ser pensamiento. La escritura es también una forma de ir más lejos con el pensamiento. Montaigne y Valdés decían la verdad, incluso si creían que la franqueza y la ausencia de afectación estaban en ellos y simplemente la garrapateaban cuando, en realidad, su virtud, su franqueza misma, hubiera sido imposible sin la herramienta y tecnología de pensar con la pluma. Y es que no somos seres que usan herramientas; las herramientas también nos hacen ser.