El ingeniero Cárdenas llama a una nueva constitución. Excelente o pésima idea. Desde luego, la Constitución mexicana es un mal documento que hereda y continúa la más ponzoñosa idea acerca de qué es una ley. Muchos creen que las leyes instauran valores. Cada vez que alguien descubre algún conflicto, cree que "debiera haber una ley para...". Y las leyes nunca son "para", siempre son "contra". Toda ley restringe libertad. No fomenta ni genera ningún bien, ningún valor. Las leyes aumentan la burocracia, no la ética, ni la sociabilidad ni la libertad. Han de ser obedecidas, no amadas; deben ser comprensibles y eficaces, no admirables. La ley es indispensable, pero es siempre una desgracia.
México necesita una nueva constitución, y en eso acierta Cárdenas; pero se equivoca cuando cree necesario llamar a un nuevo Congreso Constituyente. Y qué: ¿con esta clase política? Él mismo pidió la renuncia de los dirigentes de su propio partido ¿y los quiere como constituyentes? Las ideas no pensadas son muy peligrosas. Quizá no entendió: ninguno de los poderes, ni los partidos, puede ofrecer nada confiable a la ciudadanía.
Otra Constitución, pero qué sintomático que se proponga ante el fracaso de la capacidad de gobernar (que es fenómeno nuevo) y no porque la injusticia sea lacerante (como lo ha sido ya de siglos). No se trata de restaurar el poder. No queremos perpetuar una clase política que condujo las cosas a un muladar. Frente a ellos ha surgido una ciudadanía ejemplar que, incluso salpicada de grupos mezquinos, sabe reconocer lo más importante en una vida política: la pregunta por la justicia (que para eso sirve nuestra libertad).
Nueva Constitución, pero habrá que hacerles entender: no con ustedes. Entre nosotros: un pacto, o contrato; nunca más un generoso otorgamiento estatal de garantías. El proceso no es metafísico. Requiere ser pensado desde hoy, discutido constantemente y realizado en el futuro, sin la clase política ni los partidos. Los ingleses, por ejemplo, inventaron el contrato social y las constituciones, pero no tienen una constitución escrita. Si se le pregunta a un estadista inglés, su respuesta sería que todavía la están elaborando. Los alemanes entendieron que la separación de las dos alemanias sería un accidente temporal. Los occidentales establecieron una Ley Fundamental, mínima, muy inteligente, y dejaron a futuro la idea de constituirse de modo formal y definitivo. Ni Inglaterra, ni Alemania son ejemplo de injusticia, como México.
Es indispensable dejar atrás el vejestorio carrancista que constituyó al poder, pero humilló al ciudadano. La constitución mexicana no sirvió, no sirve y no va a servir. Pero no queremos otro documento elaborado por fieras. Podemos, sin embargo, dejar en manos de la ciudadanía la elaboración de un proyecto a futuro —¿50 años, para asegurarnos de que ninguno de los iniciadores pueda pensar en su propio beneficio?—, que parta desde el debate en las escuelas y desde el nivel municipal, que se encargue de imaginar una sociedad libre y justa y los modos de llevarla a cabo. Queda un millón de preguntas. Pero si va a existir una idea deseable de libertad y justicia, no podrá salir de la actual clase política.